A uno a veces le hace falta un espejo. Y no necesariamente de esos que tienen marco. En mi caso, fue una llamada telefónica a la madrugada.
Uno de mis hermanos, el mayor, había sido padre por primera vez. Por fin. Él lo había deseado tanto desde hace muchos años y ahí estaba, diciéndomelo por teléfono, deletreando una felicidad impalpable. Le temblaba la voz y a mí las manos.
Como dije antes, era de madrugada y con esa noticia volví a poner la cabeza en la almohada y los ojos en la celosía que da a la calle.
No pude volver a cerrarlos.
Y entonces me ví; estirada en un polo de la cama, se me ocurre ahora que podría ser el polo sur, cerca de la Antártida.
Diminuta entre las sábanas ensayé un flash back cinematográfico y pensé una vez más en cómo pasó el tiempo. Cómo pasé yo en el medio de él. Me pregunté cómo había llegado hasta esa latitud de la cama y por qué no tenía hijos, ni esposo, ni batón, ni leche pasteurizada en la heladera, ni cosas que preparar el lunes a la mañana.
Y entonces supe que no quiero pasar esta vida sola.
Que el tipo de soledad que poseo no es la que deseo.
Además de eso, también imaginé otra cosa; a Simón riéndose a carcajadas y yo preguntándole “¿De que te reís?” y él contestando: “No sé, me dieron ganas de reírme”.
Y yo comprendiendo eso y riéndome con él.
O algo parecido.
Uno de mis hermanos, el mayor, había sido padre por primera vez. Por fin. Él lo había deseado tanto desde hace muchos años y ahí estaba, diciéndomelo por teléfono, deletreando una felicidad impalpable. Le temblaba la voz y a mí las manos.
Como dije antes, era de madrugada y con esa noticia volví a poner la cabeza en la almohada y los ojos en la celosía que da a la calle.
No pude volver a cerrarlos.
Y entonces me ví; estirada en un polo de la cama, se me ocurre ahora que podría ser el polo sur, cerca de la Antártida.
Diminuta entre las sábanas ensayé un flash back cinematográfico y pensé una vez más en cómo pasó el tiempo. Cómo pasé yo en el medio de él. Me pregunté cómo había llegado hasta esa latitud de la cama y por qué no tenía hijos, ni esposo, ni batón, ni leche pasteurizada en la heladera, ni cosas que preparar el lunes a la mañana.
Y entonces supe que no quiero pasar esta vida sola.
Que el tipo de soledad que poseo no es la que deseo.
Además de eso, también imaginé otra cosa; a Simón riéndose a carcajadas y yo preguntándole “¿De que te reís?” y él contestando: “No sé, me dieron ganas de reírme”.
Y yo comprendiendo eso y riéndome con él.
O algo parecido.