POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- No nos gusta su pelo.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Es muy difícil pronunciar su apellido.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Es mucho más difícil escribirlo y para una dirección de blog es complicadísimo. O sea, es anti popular.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Físicamente, Tenembaum lo tira a la mierda.

viernes, 27 de febrero de 2009

El mejor amigo de la milanesa

en 0:22 4 comentarios
El fin de semana pasado fui en busca de la gente que creció conmigo. El cumpleaños de Simón (uno de mis sobrinos) fue el motivo para recorrer los 140 kilómetros, llegar a San Pedro y encontrar las cosas en su exacto lugar. Justo donde las había dejado en navidad. No hice juicio de valor sobre ello.
En el cumpleaños me encontré con Pablo, un ex compañero de primaria. Un tipo, que a todas luces, podría ser el candidato ideal para cualquier mujer: es huérfano.
Pablo recuerda siempre que yo lo maltrataba en la escuela. Y lo hacía mientras formábamos la fila para entrar al salón. A mi se me daba tomarlo del brazo y flamearlo como a una bandera mientras le decía: “Pablo Pablo Pablo“.
Yo recuerdo eso y aún no sé por qué lo hacía. Me avergüenza un poco.
Una vez terminada la primaria, tomamos caminos diferentes. Pero por esas cosas de la vida él se hizo muy amigo de mi hermano mayor y entonces lo pude ver en situaciones muy traumáticas y dolorosas de nuestra familia. No hubo muchas, pero él acostumbraba a llorar por nosotros.
Mientras robaba caramelos masticables de una canasta (tengo debilidad por los palitos de la selva) Pablo empieza a contarme su negocio de pan rallado.
Trovati, su tio, se lo ralla.
Junior, su asistente, lo mezcla.
Antes lo hacía Trovati, pero los clientes se quejaban. Eso empezó a preocuparlo; pero no pasó mucho tiempo hasta que una tarde, mientras regresaba de la escuela rural donde enseña economía, el sol dio de lleno en la cabeza de Junior, que volvía a la ciudad con él. Y entonces Pablo interpretó eso como un mensaje divino. Ahí nomás le dijo: “Junior, vos tenés un gran futuro, me vas a mezclar el pan rallado“. Y no se equivocó. Junior mezcla el pan rallado de una manera asombrosa; siempre parejo, uniforme. Y los clientes ya no se quejan.
Pablo vende una tonelada de pan por mes. Dice que su pan es el mejor amigo de la milanesa. Que dura más de 8 meses si lo guardás con la bolsa bien cerrada. Que eso se lo dijo el viejo Alvarez, que es químico.
No vende solamente en las panaderías, también lo vende a las fábricas de pastas, que lo usan como relleno junto con la ricota; y a las carnicerías, donde rellenan los chorizos.
Él se encarga del reparto. Le gusta mucho, dice. Antes de emprender la recorrida, ingresa a una web donde actualizan los números de la quiniela. Es un servicio adicional que presta a sus clientes. Todos son timberos hasta la muerte, asegura. Incluso él se permite aconsejarle algunos números.
Escucharlo a Pablo es mágico, además de divertido. Su negocio de pan rallado lo entusiasma y piensa en extenderse más allá de Santa Lucía (un pueblo muy cerca de San pedro). Piensa que para fin de año llegará 2 kilómetros más hacia el Este.
Nos reímos. Decimos que pronto la bolsa de pan rallado cotizará en Wall Street.
Nos volvemos a reir.
Yo le pregunto: ¿Pero a donde pensás llegar con este negoción?
Y él, rápidamente, como un reflejo, casi pisándome la n, me dice:
- A fin de mes.
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martes, 24 de febrero de 2009

me gustan los de naranja

en 8:46 8 comentarios
Hay lugares y momentos (generalmente ocurre por la mañana) en donde el mundo se me revela absurdo.
Y entonces me quedo esperando que alguien me diga -alguien en quien yo confíe y considere lo suficientemente lúcido y material- de qué se trata todo esto.

Hoy no veo por qué yo debería ir a trabajar.
O por qué quedé con el plomero para que venga a ver las cañerías.
O por qué no decir determinadas cosas dolorosas a determinada gente.
O por qué mierda no me saco de encima el salvavidas.
El viernes me dijeron que estaba muerta de miedo.
Es verdad.

Tengo miedo.
Ustedes no tienen miedo?
Qué hacen cuando lo ven venir de frente y los toma por las piernas y no sienten los pies... y entonces se quedan quietos?

Es un dia difícil.

Hoy me siento cobarde. Y además me comí 14 caramelos masticables.

La autodestrucción tiene la textura de celofán con una fruta impresa en el frente.
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miércoles, 18 de febrero de 2009

L A L O

en 11:06 6 comentarios
Cuando las cosas ya pasaron. Cuando uno da vuelta la cabeza, pone la nuca al revés y la mantiene del un lado inesperado, empieza a considerar el mundo de otra manera.
Uno dice como Alejandro Sanz: “No es lo mismo”.
También dice: “pero entonces... no era como yo creía”.
Y entonces es un quilombo.
Porque resulta que ahora uno “creía” y antes no.
Ahí es cuando comienzo a pensar que los adultos nos hemos vuelto estúpidos.
O tal vez, cierta clase de adultos.
Prendo la tele y veo a Lalo Mir en su casa de Buenos Aires. Siento que es como mi hermano porque nacimos en el mismo lugar. Pareciera que el “pertenecer” al mismo territorio me da más derecho de quererlo e incluso de compartir cierta manera de ver las cosas. Él tiene unos 20 años más que yo, pero hemos transitado ciertos lugares comunes: fuimos a la barranca de San Pedro a juntar arcilla para los experimentos de la escuela; jugamos ahí a las escondidas y tal vez nos descubrieron demasiado rápido; anduvimos con la “multiuso” por calles de tierra, cerca de la escuela Normal y escuchamos a Pepe Benseny, el locutor más famoso de la única radio que existía en aquellos tiempos de fotos en blanco y negro.
Me entero que Lalo tiene 3 hijas, que le gusta cocinar, que come un sándwich muy curioso con queso, aceitunas y papas de copetín entre panes de salvado.
Y veo que tiene una casa muy linda, que es divertido y que además se le nota desde el cristal de mi TV de 21 pulgadas que ama lo que hace, que dice lo que piensa y que sonríe porque tiene ganas.
Y entonces pienso en los adultos como yo, que rondan los 30 y pico, que se sienten derrotados en varios aspectos: el trabajo bien, pero deberíamos ganar más; nos gusta hacer cosas que perpetuamos como hobby así no nos comprometemos en trabajar en ellas y ser buenos; no tenemos hijos, ni pareja, sentimos que el mundo es una mierda y que es demasiado tarde para transformarlo en algo bueno. Decidimos flotar en las baldosas, esquivar las cacas de perro, putear a sus dueños cuando no están, practicar la cobardía urbana de no entrar en un local de ropa para preguntar el precio. Ir por el mundo chequeando la hora en el celular, llegando tarde a cualquier lado.
El calor hace todo más difícil, es cierto.
Las crisis de todo tipo, la de los americanos, la nuestra, la del campo, la de Cristina, la de Nazarena, la de Disney, la de Donald (Trump) nos afecta de la misma manera violenta. Nos oprime, nos hace sentir inseguros.
Y lloramos cuando nos duchamos.
Pero Lalo Mir aparece otra vez después de un par de publicidades muy muy creativas, dejando que la chef (que tiene una gran personalidad) le abra la heladera y mire que tiene manteca, embutidos, comida en viandas, gaseosas light y huevos.
Eso, tiene huevos.
Perdió el miedo e inventó un mundo sonoro. Hizo cosas maravillosas en la radio y es muy respetado entre sus colegas y los oyentes. Pero no sólo por lo bien que le salió. Sino porque lo hizo.
Y los adultos como yo permanecemos del otro lado del televisor envidiando eso. Teniendo miedo, sosteniéndolo en las falanges, escarbando las uñas para que no se vea la mugre, sintiendo el escalofrío propio de quien se da cuenta de que tiene que detenerse ahí y avanzar.
Si estamos acá y él allá, es por el recorrido.
Deberíamos darnos la chance de rondar precipicio, de evitar la seguridad de los semáforos (nosotros, muy idiotas, creemos que nos garantizan el paso), de caminar lento con zapatos sin plataforma. Inventarnos un lenguaje callejero y ecológico, que funcione con la luz solar y sólo cuando estamos en la intemperie, que nos obligue a salir de acá, de ahí, de eyectarnos de la posición sentada y cómoda del espectador...
Dejar de especular de una vez por todas
y llamarlo
y decirle que lo amo.
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domingo, 8 de febrero de 2009

lo que no pueden predecir los metereólogos

en 21:54 7 comentarios
Le doy la espalda al aguacero. Alcanzo a oír gritos adolescentes y corridas. Imagino mujeres pequeñas de remeras elásticas y zapatillas de tela buscando con desesperación un lugar donde burlar a la lluvia. Como si ella apuntara directamente a sus cuerpos; como si se lanzara con el fin de desteñirles el pelo o inundarles las medias.
La temperatura descendió sobre mí abruptamente y la compañía de luz ha decidido abandonar a su suerte las luminarias de la calle. La lluvia trae con ella una oscuridad mineral.
Adentro, yo no puedo más que respetar la forma en que cae el agua. Siento que no hay una cosa más auténtica esta noche.
Derramo mis extremidades en el colchón. Tomo decisiones mientras permanezco horizontal y excéntrica.
Habrá personas que no veré mañana. Caigo en la cuenta de lo frágiles que se han vueltos las cosas; vuelan en pedazos atravesando la epidermis y dejo las astillas adentro para que hagan lo suyo.
No me preocupa el dolor, sino el insomnio, el interrogante en la mesa de luz, la parálisis de los miembros inferiores y las comedias estúpidas en el cine.
La tormenta se endurece y apaga las luces del edificio. Nos trae la oscuridad. Nos la mete de prepo en nuestras casas. Mis vecinos comentan entre ellos, prenden velas, desenchufan los artefactos, hacen reclamos, se ponen ansiosos al teléfono, planean poner luces de emergencia y esperan que la luz vuelva lo antes posible. Dicen que el viento amenaza con volar las celosías y temen que el agua moje los adornos de porcelana.
Me detengo en las conversaciones del pasillo. Ellos preguntan si yo estoy. Si habré cerrado la ventana. Hablan de mis horarios de llegada y se equivocan cuando describen lo que hago en el trabajo.
Sonrío sin hacer ruido.
Hoy llueve dentro de mi.
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