Luciana ensaya teorías de la relatividad. Luego se pasa al pensamiento mágico y mira para arriba. Pone los ojos en el cielorraso y desea que no exista el 25. Quiere saltearse el viernes como sea.
Andrea no va a viajar este año a ver a su madre. Se enamoró y entonces va a brindar con el tipo que hace meses la hace feliz.
Milena piensa que el 2010 será maravilloso, que ella está terminando bien el año.
Marisa y Cecilia están como yo: poniendo excusas y diciendo mucho la palabra “cansancio”.
La oficina tiene ángeles por todos lados. Algunos cuelgan de las luces. Otros están sobre las ventanas, pegados curiosamente, como si fueran milagros adheridos a los vidrios. A mi me recuerdan a los bichos esos de la ruta, a los que me acostumbré ver estallarles el cuerpo. Después de eso puedo ver el limpiaparabrisas que despeja los restos con un chorrito de agua. Y un comentario sobre la ruta. Y el viaje con un destino cierto y breve.
Pero hoy nadie cuida de nosotros. Nadie.
Ni esos ángeles, ni la policía.
Y yo siento la tristeza aplastada en los párpados. Un ladrillo hueco que presiona ahí y los vence. Y digo otra vez, que estoy cansada. Y escucho una canción navideña como música de espera en la primera llamada del día. Y las cosas comienzan a empeorar.
Las guirnaldas en los escritorios se me hacen un adorno perverso, una invitación a travestirme, a pensar el suicidio de manera alegre, como una salida festiva a los fracasos, a esa sensación de no haber hecho lo posible por reirme o por dejar que las cosas se mueran a tiempo. O un orgasmo. Uno más en mi cuerpo. Dejarlo escapar con él.
Pero en los mediodías las charlas son sobre el menú y sobre los festejos que se vienen. Sobre la posible muerte del cantante de más de 60 años. Un tipo con miles de fans y con un pulmón ajeno. Yo quiero que se muera y lo digo. Quiero que se muera hoy, en las vísperas. Y entonces lloraría frente al televisor todo lo que quiero llorar. Y nombraría al cantante, cada 5 minutos. Sí, lo nombraría.
Pero alguien me llama y me dice que quiere verme.
Habla de mí como si me conociera. Además, habla conmigo como si me conociera. Me pregunta si uso anteojos oscuros. Le digo que no. Me pide que no use, no de noche al menos. Y también dice que me quiere. Y que además caminaría conmigo por la ciudad y vería vidrieras si fuera necesario. Y tomaría un helado conmigo, de esos que no tienen conservantes ni colorantes, ni químicos. “Todo eso tiene un helado?” le pregunto. Me dice que si. Pero éstos no. Los otros.
Y también me dice que sabe de mi viaje. Que es una buena decisión. Que soy hermosa. Que ojalá me enamore.
Que me enamore y me abandone al mar.
Que las cosas son así, idénticas a veces.
Y otras veces no son.
Que las acepte.
Que va a llover.
Que feliz navidad.
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