Dice que las cebollas la hacen llorar. Le dan pena. Las sentencia con el cuchillo y con ciertas definiciones. Afirma que son tubérculos previsibles. Ella sabe que habrá una inundación cerca de las mejillas. Detendrá el avance con los nudillos, antes de que le llegue a la nariz.
- ¿Sabés cuándo me sorprenden? Cuando están podridas. Ahí me ponen incómoda. Y nunca se pudren parejo… ves? –me muestra una cebolla color beige- Esta es la definición más exacta de la agonía… así como te lo digo.
Y lo dice con la contundencia de quien padece una enfermedad incurable. Alguien que te habla por última vez sobre algo, como esperando que se convierta en una verdad irrefutable. Pienso que es parte de su rutina, al menos una vez al día vocifera una hipótesis exagerada acerca de la naturaleza de las cosas.
-Esto de los alimentos transgénicos me cambió todas las metáforas…
Se ríe esperando mi aprobación. Yo la miro y asiento. Podría discutir con ella ahora mismo. Hablarle de lo que para mí es la agonía. Pero me quedo entre la cocina y el comedor, olfateando los alimentos que ella prepara con una habilidad asombrosa.
- Mirá este tomate… es tan rojo y brillante que puede adivinarse la marca del fertilizante.
Intento ver la marca.
No puedo.
- ¿Vos como estás?
Le cuento que me cuesta dormir últimamente. Que estoy buscando la manera de cocinar sin fuego. Que ayer hablé por teléfono con 8 personas distintas. Y que la luna no es un satélite que me interese entre los edificios.
- Vos no te das cuenta todavía. Pero la vida se te filtra por los costados. Salpica hasta cuando te quedás quieta. No quiero escucharte mañana diciéndome que odiás la combinación de los colores de los taxis. Cualquier cosa que te lleve a algún lado te parece terrible.
Pienso que muchas veces tiene razón cuando habla de mí. Pero no me gusta que me lo diga. Podría callarse.
- Igual, te vas a dar cuenta. Veo que ahora te vestís con colores fuertes. Y ayer cuando estabas frente al espejo, noté que sonreías. Si hay algo que siempre valoré es que sabés reconocer a los moribundos. Y no te viste.
Le pregunto si quiere que vaya a comprar helado para el postre.
- Muy buena idea. No compres sambayón. Es horrible.
Eso es otra verdad que ella dice.
Tomo las llaves y elijo las escaleras que me llevan abajo. Mi cuerpo está vestido de rojo y desciende a un pasillo intermitente. Recuerdo las cebollas podridas arrojadas al cesto de basura. Ella no se equivoca. Reconozco a los moribundos; sé cómo caminan y atraviesan las avenidas. Los veo aplastando las baldosas con zapatos cómodos y obedeciendo los semáforos, incluso a las 3 de la tarde. Yo fui uno de ellos mucho tiempo.
Pido chocolate amargo y vainilla. Me río de la combinación de colores.
Ella se va a dar cuenta.
Manipulando un poco las cosas, diría que llevo un taxi helado en telgopor.
6 comentarios
Hola, espero encontrarte bien. He conseguido tu blog desde Rosario escribe, publicaba alli hace unos dias atras. "Las pelotudeces que haces" no me parecen tal cosa, de hecho es muy original y no me da impotencia decirlo. Tienes muchisima imaginacion y eso esta bueno.
Espero que sigas asi, yo recien comienzo, solo tengo 2 escritos publicados por ahora, si te quieres pasar mi blog es:
"""alexisbusso.blogspot.com"""
Adios!
alexis... tú hablas así?
conozco poca gente que habla español antiguo...
Agradezco que me digas que la pelotudez que hago no es tal cosa.
jajajaaj
un beso.
Albertina Albertina Albertina...
Una vez mas... amarillo.
Escribís como quien pasea. Leer tus relatos es como estar ahí... viéndote verte mirar.
Salutaciones múltiples y desprejuiciadas como de costumbre.
Ah! mirá quien anda por acá... El caso curioso... Un fin de semana de estos te voy a invitar a tomar unos mates.
Devuelvo tus salutaciones.
un beso.
Venía fascinadísima leyendo el texto, hasta que llegué a la última oración. Excelente. Adoré el taxi helado de telgopor.
=)
Saludos.
lore: qué bien me hace leerte! gracias, besitos, vero.
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