Le digo: bien, bien, podrías vivir conmigo ahora.
Pero él no entiende. Él cree que le digo que puede vivir conmigo. En mi casa.
Y no.
No le digo eso.
Le digo: deberías estar acá. Conmigo.
Pero él… No.
Él explica con barba de días que está conmigo ahora, escuchándome.
Entonces me callo. Lo miro como queriendo que se muera. Y que viva de nuevo. Que abra los ojos y me encuentre olvidada junto a las revistas de colección y algunas fotos. Y que se pregunte alguna de las cosas que siempre evita.
Que pregunte, por ejemplo: cuánto tiempo pasó desde diciembre?
Pero no.
Entonces vamos a la cama. Y nos tocamos como animales. Y nos besamos como abejas. Ponemos las piernas adyacentes. Y nos mordemos como… como… No lo sé. De verdad no lo sé.
Y nos quedamos dormidos como vegetales.
Y cuando él despierta dice cosas. Las mismas que uno dice en el parque o en un ascensor.
Yo no digo. Lo que quiero decir puede estallarle en los ojos y hacerlo llorar.
Prefiero dormir.
Pero él, maravilloso, estúpido, despierto; lo hace de nuevo:
asesina,
sí.
Asesina
torpemente
mis sueños.
miércoles, 14 de julio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
3 comentarios
tremenda poesía la tuya.
que no te digan que es triste.
saludos.
Martín
Que te asesinen los sueños, pero que no te toquen las palabras. Ese sería un crimen imperdonable.
Besos.
EY.
Eso no va a pasar.
Gracias javier.
De verdad, es un honor para mi que pases por acá.
Beso con abrazo.
Publicar un comentario