POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- No nos gusta su pelo.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Es muy difícil pronunciar su apellido.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Es mucho más difícil escribirlo y para una dirección de blog es complicadísimo. O sea, es anti popular.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Físicamente, Tenembaum lo tira a la mierda.

sábado, 28 de marzo de 2009

HULK

en 13:59 5 comentarios


El consorcio se reunió en la planta baja y acordó poner rejas al frente sin consultarme. Los inquilinos somos mayoría, pero en cuestiones como éstas quienes deciden el encierro son los dueños de las cosas.
Volviendo de un viaje, me encontré con un cuadriculado verde y un candado suspendido del lado derecho. La razón del repentino aislamiento no era la ola de inseguridad de la que habla Susana Gimenez, sino el colegio privado que se levanta todas las mañanas del otro lado de la calle.
A los niños ricos con escudos bordados siempre les gustó sentarse en las escaleras del ingreso del edificio en donde vivo. Allí juegan a las cartas, fuman, dejan olvidadas sus lecciones en el descanso y se besan.
Pero la propiedad privada odia a los adolescentes que creen que pueden apoderarse de los espacios gratuitamente. Y entonces pinta de verde al encierro, una especie de Increible Hulk sólido y eterno que los detenga con sólo permanecer ahí.
Para mi alegría, eso no dio resultado. Deberían saber los propietarios de los semipisos al frente y contrafrente, que cuando tenés el 1 delante de tu edad, las rejas sólo sirven para atravesarlas.
Una chica rubia come un alfajor sentada en uno de los escalones. Levanta su cabeza y me mira fijamente. Se arrastra hacia la pared y me dice: “pasá”. Agradezco la orden. En definitiva yo necesitaba eso: pasar.
Me detengo en la imagen de cómo cuelgo la ropa para que se seque al sol. La pongo de revés, del lado de la costura; la obligo a permanecer en las bambalinas. Y entonces confirmo que esa situación, la de la quinceañera dándome la orden, es la forma exacta en cómo se dan vuelta las cosas. El consorcio quiso que ella quedara del lado de la vereda y ahora la rubia toma la actitud de un patovica que me permite la entrada.
Antes de abrir la puerta regreso hasta donde está ella. Busco en la cartera y saco un viejo ticket de un recital y se lo doy. Ahora siento que las escena está completa.
No dejo de pensar en el candado. La reja permanece abierta. Me asusta la idea de que está allí a punto de cerrarse. Los vecinos con lo que hablo me dicen que no tienen la llave. Pienso en las malas inversiones. En la estupidez de los dueños y en la posibilidad de destruir el monstruo de hierro mientras ellos duermen lejos del balcón.
No tengo con quien discutir este tipo de cosas. Sueño con convertirme en una terrorista de las ideas infames: de los detectores de robo en los supermercados, de los cines que quedan lejos, de los discursos largos, de los sillones incómodos, de los baños públicos abandonados, de las salas de espera, del helado de sambayón.
Abandono insomne la idea en el cuarto piso. El celular suena cerca de mis caderas ambulantes y entonces no cierro bien la puerta del ascensor.
Una voz me dice que él quiere hablarme. No alcanzo a responder y presiono con el pulgar la tecla que corta la comunicación. Imagino la reja sobre él, sobre lo que nos pasó; adyacente a la forma en que se rió la última vez que lo vi; aplastando los besos breves de una despedida cierta; provocando interferencias sobre la canción que escuché mientras recogía los restos de la noche anterior.
Decido volver a la calle para respirar el sol sobre el pavimento. Mientras mis plataformas descienden la escalera, la rubia da el último trazo con tinta blanca sobre Hulk.
Leo la frase y le sonrío. Ella me mira con desaprobación y me da la espalda mientras expulsa su cuerpo hacia la vereda. El mediodía está donde ella lo busca.
Yo quedo del lado de adentro y veo un mundo fragmentado en mil pedazos. Pienso en que ella quiso vengarse de todos los que vivimos en el edificio. Su resentimiento tiene letras blancas y deformes.
Mis vecinos no saben que la rubia es feliz sobre este mármol escalonado. Ella escribió justo sobre la amenaza de la tristeza que se viene. Cuando se cierre la reja, deberá dejar los recuerdos adentro. La llave la tienen los otros y ella lo sabe.
El celular suena de nuevo. Decido no contestar. Mi cuerpo ya no puede enamorarse de él; entonces lo acomodo en uno de los escalones y dejo las piernas estiradas en caída libre hacia la salida.
Me gustaría contarle a la rubia que cosas como esas se oxidan. Y que así es la vida.
Pero ella me odia ahora. Tal vez más adelante. Tal vez en primavera.
Mis rodillas lastimadas asoman debajo de la pollera, mostrándome la consecuencia de mis caídas. Reconsidero la posibilidad de exhibirlas mientras fijo la mirada sobre Hulk y leo de a una letra por vez con la furia necesaria: “putos de mierda”.
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lunes, 16 de marzo de 2009

F A B U L O S O

en 13:12 1 comentarios

Es sábado y los titulares de los diarios alertan sobre el cambio de horario. Una vez que den las 12 habrá que atrasar los relojes; y entonces el sábado seguirá siendo sábado por una hora más.
Llevo zapatillas mientras los edificios amarillos comienzan a virar hacia un gris metalizado. El alerta meteorológico está sobre mi cabeza, como agazapado, a punto de caerme encima. Tomo la decisión de no darle importancia.
El calor es intenso y da directamente en las heladerías. El plástico blanco de cuatro patas circunda la avenida; es el territorio indicado para una batalla implícita entre las lenguas y la crema derretida.
Cruzo por las sendas que me afirman como peatón en la ciudad y voy acercándome a la idea de que mi amiga me abrirá la puerta de su casa una vez que toque el timbre.
Sucede exactamente así.
Tiene una sonrisa maciza y simétrica (como si la hubiera fabricado mucho antes de salir a la calle) y necesita anteojos para verme. Me dice que tenemos que irnos ya mismo, que estamos bien de tiempo para llegar al recital.
Yo poseo una alegría contenida. No la dejo salir del todo por la boca. La mantengo cerca de los pies para que mute en una especie de biocombustible que nos lleve lejos.
La noche oscurece nuestra ropa y entonces una multitud comparte la misma expectativa; espera que aparezcan los músicos entre el hierro y la tela. Los ojos en par columpian entre las pantallas gigantes que exhiben un cartel que anticipa el ansiado aterrizaje de un hombre con guantes y bastón.
Vicentico canta una canción que habla del amor y sobre las veces que le toca perder. En el estribillo afina la imagen de los envases sin contenido.
Los tímpanos poseen una rara conexión con la rodillas, obligándolas a flexionarse una y otra vez, rebotando en la llanura con un ritmo preciso. Siento el vértigo en las partículas de segundos en los que permanezco en el aire. Me enamoro de la noche y suelto el pasado mientras escucho morir la poesía en los últimos acordes.
No hay tiempo para hacer el duelo, otra melodía hace metástasis en las gargantas. Y el mundo toma la forma de un resorte, una vez más.
Pienso en cada uno de los que estamos ahí: en mi amiga; en el hombre con remera roja; en la chica sobre los hombros de alguien que decidió soportar su peso para hacerla feliz; en el que canta a mi lado como si la afonía de mañana no le preocupara; en mi soledad, que a esta alturas es elegida.
La felicidad se hace palpable frente a los reflectores que cuelgan como estrellas sobre el escenario; la iluminan de manera violenta sobre nuestros gestos y no pueden con ella.
La lluvia trae la última canción y nos empuja hacia la calle. Me suelto el pelo para sentir la consecuencia del temporal en los hombros.
Entre los autos estacionados, una mujer sin paraguas levanta los brazos y se pone a bailar.
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domingo, 8 de marzo de 2009

Y entonces ve un corpiño rojo colgando del respaldo de una silla

en 14:24 0 comentarios

Sábado al mediodía: almuerzo de amigas. Ahora le dicen brunch a eso de comer desde temprano y levantarte y servirte-levantarte y servirte. Todo sano eh? Y rico. Ir a comer a un lugar donde hacen cosas con harinas integrales (no sabés qué tienen pero seguro que te va a hacer bien) es algo que te deja tranquila.
Una de las tres fue con el hijo. Pero es un hijo al que le importa un pito nuestra presencia y juega solo. Nada más nos pide que le hagamos un avión de papel. Pero lo hace una sola vez. Los dos aviones que hicimos fracasaron en su primer vuelo y él se dio cuenta rápido que no podía contar con nosotras en temas de diversión.
Liliana habla de la separación de un conocido por las tres. Él terminó demorado en una comisaría por una denuncia de ella. Conclusión: el tipo es un pelotudo y ella está loca. Verónica entonces cuenta otra historia de separación de una pareja que conoce ella sola. Nueva conclusión: él es un inmaduro y ella se fue al carajo cuando llamó a su ex suegro para decirle que pague el alquiler del departamento en el que ella va a vivir hasta que se venza el contrato; porque él es el garante.
Vero dice: ¿Y el ex suegro qué tiene que ver?
Y yo le digo: ¿Por qué te crees que la mafia mata primero a un familiar cercano?
Entonces no la juzgamos. Y pensamos que nosotras tres no haríamos eso. Que somos responsables de las relaciones que elegimos, etc. etc. etc. (todos etcéteras interesantísimos). Pero como dice el saber popular “hay que estar ahí”.
Y entonces Vero se despacha con una historia de infidelidad en la que ella estuvo. En un contexto de un franco declive de la relación, su novio de entonces quedó en llamarla el viernes y no lo hizo (los viernes de hace cinco años no muy eran distintos a los viernes de ahora).
Ella lo llama y le da el contestador. Se preocupa y decide ir a la casa. Desde afuera pudo ver las luces prendidas y todos los indicios de que había gente ahí. Logra ingresar al edificio y mira por el ojo de la cerradura. Y entonces ve un corpiño rojo colgando del respaldo de una silla.
Vero grita, golpea la puerta, putea, le dice: “abrimeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee que sé que estas ahí”
Hace un escándalo de grandes proporciones. Él le abre la puerta y le dice que está solo. Ella insiste en buscar a la dueña del corpiño. La encuentra en el baño y ambas se ponen de acuerdo rápidamente para culparlo a él.
Mientras lo cuenta se ríe. Dice que ella hizo eso desde un lugar de mierda, que incluso ya estaba saliendo con otro. Que fue perversa. Fue como arruinar la última escena de una película aburrida con un final trillado. Como poner a la protagonista en el aeropuerto a punto de embarcar y a él corriendo a encontrarla y con tiempo suficiente para hacerle una verdadera confesión de amor. Y luego los dos se besan. Y toda la gente que está en el aeropuerto aplaude; incluso los que hacen trámites a último momento y están re contra apurados. Y también aplauden sonrientes los oficiales de policía, sin descuidar sus armas. Y uno se pregunta ¿por qué hacen eso?
Bueno, lo de mi amiga fue más o menos así.
Entonces hablamos de lo importante que es ser sinceros con el otro y con uno mismo.
De entender que en esta historia uno va a perder tarde o temprano. Pero puede elegir la forma. Puede incluso elegir el momento. No hay por qué seguir jugando si no es interesante, si no te hace feliz.
Eso piensa Camilo, el hijo de mi amiga, que vuelve de algún lugar con los aviones convertidos en pelota de tenis. Le dice: “vámosno de acá, no da para más esto”.
Las tres nos reímos. Yo pienso que así es la vida; uno sabe bien cuándo las cosas no dan más.
Generalmente hay un momento, pongámosle a eso de las 7 de la tarde, cuando llegás a tu casa y abrís la ventana porque te parece que no podés respirar. Y la espalda se curva hacia adelante y sentís la contractura de tus preocupaciones. Tenés una foto en la cabeza, algo que te da el indicio de que es la última escena. Y pensás en la autopsia y los métodos que vas a usar para llevarla a cabo.
Te da miedo. Decís: “otra vez tengo miedo”. Hacés una mueca de resignación ante las evidencias. El smog se filtra en el suspiro y entonces sabés a qué se debe la pausa. Uno demora el momento por una sola razón: no es el cuerpo del otro el que hay que abrir. El estudio forense es en el propio. Tenés que reconocer las heridas, abrirlas y mostrarlas.
Decirle: mirá acá es donde duele.
Y después cerrás la ventana. No disponés de información suficiente sobre los solsticios ni de cuando va a empezar a bajar la temperatura.
Eso deja de tener importancia cuando escuchas a tu vecina salir de su departamento.
Ella llama al ascensor sin dudar un segundo de que va a obedecerla y que la va a llevar a donde ella le indique con el dedo índice.
Y eso es lo que finalmente ocurre.
Ves? Las cosas no son tan complicadas.






* Nota de la autora: la foto NO es ilustrativa. Sólo tenia ganas de ponerla.

De izquierda a derecha: yo, Natalia, Milena, Andrea y Walter. Grandes amigas/os y compañeras/os de laburo.
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domingo, 1 de marzo de 2009

PENELOPE

en 13:05 3 comentarios
Leo en una entrevista a la actriz española algo que me moviliza las pupilas y provoca la reacción de mis dedos buscando una lapicera. Penélope Cruz dice: “Yo tomo la vida como viene, de a un día por vez”.
Ella tiene 34 años y acaba de ganar un Oscar. Es la primer española premiada en Hollywood y da la sensación de que estaba predestinada a ello; como si ese premio fuera algo que le vino con la vida, como una mancha de nacimiento o algo así. Y entonces ella tomó el desnudo dorado y dio un discurso de agradecimiento que ya había redactado antes; también, como si la vida la hubiera preparado un día para escribir discursos por las dudas.
Penélope no me termina de caer bien. No sé por qué. Tal vez sea envidia. La verdad es que no lo sé.
El viernes salí temprano del trabajo y tomé la avenida Córdoba con mis compañeras de piso. Nuestro uniforme es decente y goza de buenos colores. Una camisa lila, pantalón o pollera de un azul sobrio con unas líneas suaves más claras. Los zapatos los ponemos nosotras.
Es pintoresco ver mujeres regresar del trabajo vestidas iguales. Es como el cochecito doble con los mellizos, o los hombres elegantes con credenciales colgadas. A mi suele gustarme ver algo de eso. La vida no viene así, generalmente.
Caminábamos por la vereda impar comentando una película de Woody Allen que me había gustado mucho: “La vida y todo lo demás”. Ahí no actuaba Penélope. No había lugar para ella.
Y entonces alguien me llama con una sonrisa y alcanzo a reaccionar con sorpresa. Él había cruzado la calle para saludarme y yo no había reparado en ello hasta que puso uno de sus zapatos en el cordón de la vereda.“Te venía viendo de lejos”, dijo. Nos dimos un beso y empezamos a hablar. Las mujeres de lila continuaron el camino comprendiendo la situación. Suponiendo que dejándome sola ahí cambiaría mi vida. Que lo que me estaba pasando era algo bueno para mi futuro. Que si él cruzó la calle es porque me quiere.
Fui amable y graciosa. Suelo ser así.
Le conté varias emociones vividas en la semana y él hizo lo mismo. Pero no había nada entre nosotros. Yo busqué entre su camisa a cuadros y mi uniforme algo que nos uniera. Pero no encontré nada. Evitamos hablar en plural. No nos detuvimos en la hora y el día en que dejamos de llamarnos. Y pensé que eso era parte del cuento.
A eso de las 7 de la tarde no había más que decir, entonces nos miramos con ternura (es desgarrador cuando aparece sola, cuando no hay más que eso) y nos abrazamos.
El dijo “nos vemos", y esta vez no respondí. Porque eso es lo que no pasó. Él no pudo o no quiso vernos. Yo sí. Yo nos vi juntos; invencibles. Y lo cierto es que hacía años que yo no veía algo parecido. La soledad me vino de regalo en la secundaria y los sábados era interrumpida por un paseo hacia la heladería o la ilusión de conmoverme con una noticia que me diera la oportunidad de pegar el salto o ser famosa por algo que nunca supe hacer, ni hice.
Desde ese entonces seguí la recta hasta que caí en picada. Con el tiempo supe que la cosa no pasaba por subir y retomar el camino. Comencé a andar, a tomar decisiones como elegir una lámpara colgante con personalidad pero barata, pintar de rojo una pared, comprar un sillón negro, buscar el cuadro de Marilyn que no está en el catálogo de este año, y esas cosas.
Él me propuso algo que no tenía que ver con mis deseos. Me hizo una oferta y yo decidí no aceptarla. Porque a mi no me viene la vida como a Penélope. Ni como a la Srta. Cruz y mucho menos como a la de la canción de Serrat.
Y eso es porque yo no quiero tomar las cosas tal como se me presentan. Para eso está la muerte o los accidentes. Los velorios dejaron de ponerme nerviosa cuando comprendí que eran el escenario para no aceptar que no hay más allá de eso. Que si ponemos el cuerpo en un cajón y le pegamos los ojos y la boca va a parecer que duerme y que su alma se eleva. Pero podríamos quedarnos a esperar un poco más y sentiríamos el olor. Y eso es lo que no soportamos de ella: la consecuencia natural.
Pero para mí la vida está para otra cosa. Y es eso lo que intento hacer. Él no puede verme si no es en la calle, con negocios de ropa rodeándome y de uniforme.
Yo pienso que es una lástima. Y entonces me alejo en la dirección contraria. No puedo evitar culparlo por lo que no fue. Cuando decidimos algo, arrastramos a otros, nos guste o no.
Llego a casa y recuerdo algo que me dijo en el ala derecha, cerca de la biblioteca. Pienso en lo que vociferamos y en lo que hicimos después. No puedo calcular claramente los kilómetros de distancia.
Cruzar la calle es lo único que él está dispuesto a hacer por mí. Así están las cosas.
Me río y tomo agua directamente de la botella de plástico. Trago los dos litros sin respirar, concentrándome en su capacidad desintoxicante.
Esa es la manera que tengo de sacármelo de encima.
Algo de él se diluye con el agua.
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