POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- No nos gusta su pelo.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Es muy difícil pronunciar su apellido.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Es mucho más difícil escribirlo y para una dirección de blog es complicadísimo. O sea, es anti popular.

POR QUÉ NO ZLOTOGWIAZDA?

- Físicamente, Tenembaum lo tira a la mierda.

jueves, 31 de diciembre de 2009

No puedo evitar hablar de estas cosas

en 14:28 4 comentarios


De la mañana de agosto en que me desperté en Montevideo.
De las cosas que no quiero olvidar.
De las tumbas a las que me aferré. Qué más inmutable que eso?
De las veces que me dormí llorando.
De los sueños. Y las pesadillas.
De lo que dije. De las cosas que prometí. Y nunca cumplí.
De la primavera. La más maravillosa de todas.
De lo que hago cuando me acuerdo dónde dejé el documento.
De los amigos que dicen: “no me falles”.
De los 35 años que tiene mi cuerpo.
De las canciones que canta Abril.
De los agudos horizontales.
De los errores. Y los otros errores.
De los nuevos amigos que dicen: “mucho gusto”.
Del sambayón. Que jamás va a gustarme. Porque no. Y punto.
De la calle que termina en el río.
De la senda peatonal que nunca piso.
De los semáforos.
De las veces que anoté mal la dirección.
Y de lo que me da vergüenza.
Y
de
todas
las
cosas
que
no
te
di.


...

...


Feliz año. Por qué no?
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jueves, 24 de diciembre de 2009

24 + 00:00 = 25

en 15:21 10 comentarios
Luciana ensaya teorías de la relatividad. Luego se pasa al pensamiento mágico y mira para arriba. Pone los ojos en el cielorraso y desea que no exista el 25. Quiere saltearse el viernes como sea.
Andrea no va a viajar este año a ver a su madre. Se enamoró y entonces va a brindar con el tipo que hace meses la hace feliz.
Milena piensa que el 2010 será maravilloso, que ella está terminando bien el año.
Marisa y Cecilia están como yo: poniendo excusas y diciendo mucho la palabra “cansancio”.
La oficina tiene ángeles por todos lados. Algunos cuelgan de las luces. Otros están sobre las ventanas, pegados curiosamente, como si fueran milagros adheridos a los vidrios. A mi me recuerdan a los bichos esos de la ruta, a los que me acostumbré ver estallarles el cuerpo. Después de eso puedo ver el limpiaparabrisas que despeja los restos con un chorrito de agua. Y un comentario sobre la ruta. Y el viaje con un destino cierto y breve.
Pero hoy nadie cuida de nosotros. Nadie.
Ni esos ángeles, ni la policía.
Y yo siento la tristeza aplastada en los párpados. Un ladrillo hueco que presiona ahí y los vence. Y digo otra vez, que estoy cansada. Y escucho una canción navideña como música de espera en la primera llamada del día. Y las cosas comienzan a empeorar.
Las guirnaldas en los escritorios se me hacen un adorno perverso, una invitación a travestirme, a pensar el suicidio de manera alegre, como una salida festiva a los fracasos, a esa sensación de no haber hecho lo posible por reirme o por dejar que las cosas se mueran a tiempo. O un orgasmo. Uno más en mi cuerpo. Dejarlo escapar con él.
Pero en los mediodías las charlas son sobre el menú y sobre los festejos que se vienen. Sobre la posible muerte del cantante de más de 60 años. Un tipo con miles de fans y con un pulmón ajeno. Yo quiero que se muera y lo digo. Quiero que se muera hoy, en las vísperas. Y entonces lloraría frente al televisor todo lo que quiero llorar. Y nombraría al cantante, cada 5 minutos. Sí, lo nombraría.
Pero alguien me llama y me dice que quiere verme.
Habla de mí como si me conociera. Además, habla conmigo como si me conociera. Me pregunta si uso anteojos oscuros. Le digo que no. Me pide que no use, no de noche al menos. Y también dice que me quiere. Y que además caminaría conmigo por la ciudad y vería vidrieras si fuera necesario. Y tomaría un helado conmigo, de esos que no tienen conservantes ni colorantes, ni químicos. “Todo eso tiene un helado?” le pregunto. Me dice que si. Pero éstos no. Los otros.
Y también me dice que sabe de mi viaje. Que es una buena decisión. Que soy hermosa. Que ojalá me enamore.
Que me enamore y me abandone al mar.
Que las cosas son así, idénticas a veces.
Y otras veces no son.
Que las acepte.
Que va a llover.
Que feliz navidad.
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sábado, 19 de diciembre de 2009

cómo romper con tu novia en 64 sencillos pasos

en 12:18 2 comentarios
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sábado, 12 de diciembre de 2009

la sangre en el nido

en 9:50 11 comentarios
Tuve un sueño.
Fue el lunes, antes del feriado.
Otra vez sangrando y perdiendo bebés.
Un vientre inflado y las contracciones del mundo imposible.
La sangre. Y la lluvia. Y el grito.
Y cuando las cosas logran calmarse, me despierto.
Estiro las piernas y las pongo en sentido vertical. Las hago moverse hacia la ventana.
Y cuando la calle me muestra la mañana y el desierto.
Y cuando el edificio de enfrente es una escuela cerrada por vacaciones.
Y cuanto todo eso me aburre, imagino las mentiras brotando de las alcantarillas.
Una a una. Todos los homicidios sin resolver, los secretos de la vieja, los trucos de la escuela de magia, los ciegos parciales, la celosía cerrada y el hombre que espía detrás.
Trepo a la ventana y alcanzo la cornisa. Hago equilibrio desnuda y dejo sangrar lo que falta. El plasma cae sobre el pavimento. Le tiñe la cabeza al espía, salpica a la vieja, se lanza con furia sobre los magos y los ciegos.
Alguien quiere hacer la denuncia.
Una mujer desnuda y sangrante en la cornisa molesta a los pájaros.
Y asusta a los vecinos.
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miércoles, 2 de diciembre de 2009

como esas fotos.

en 1:47 6 comentarios
Yo en cambio, pienso que sos de esos homicidas a sueldo que matan de a poco. Que primero me hacés sangrar cuando hablo de amor, mientras te digo que no lo hagas, que es fin de año, que suelo llorar en navidad y que me asustan los fuegos artificiales. Un cielo iluminado por idiotas. Acaso no hay demasiadas guerras?
El ruido de las bombas te ensordece. Sacás entonces el arma. Uno de esos rifles con mirilla y silenciador.
Y cuando por la mañana decido morir famélica, en dejar de alimentarme, de darle de comer a mi cuerpo con tu carne; tu proyectil me dá de pleno en el cráneo (donde siempre pensé que estaban los recuerdos).
Y mientras vuelo con los brazos vencidos, como sobrándome dos extremidades (un barrilete con dos colas), paso por el cine y veo que entrás con el arma. Y que hablás con alguien sobre la obra del director de la película.
Y también recordás una poesía. Es de una amiga tuya.
Y entonces empiezo a reirme silenciosamente. Hago que lluevan las carcajadas sobre los edificios. Yo escribo mejor que ella, pero no querés citarme.
Lo hacés de nuevo, creés que si no hablás de mí el mundo se convierte en otra cosa.
Pero ahora la muerta soy yo. Y quiero desplomarme en la antesala, entre los afiches de Wong Kar-wai. Entre las cosas que no sirven para nada.
Como las fotos esas, a las que les quitaste los grises y me dejaron los ojos oscuros.
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domingo, 29 de noviembre de 2009

aristimuño aristimuño aristimuño

en 10:58 4 comentarios
Aristimuño es mejor en vivo. Y eso, a veces, pasa con las personas (afortunadamente).
Ayer fui al show y me llené de música. Había leído y escuchado críticas de su nuevo disco. Decían que no era el mejor. Pero eso ya no importa después de lo que vi.

Párrafo aparte para la gente que lo acompaña... la chelista tenia una flor en la cabeza y canta como los dioses. Rocío, la percusionista, canta y baila. El pianista, el baterista, el guitarrista... tremendos.

La cosa es que me encontré con una canción que no habia escuchado.
Pensé: éste tipo escribió una canción para mí y no lo sabe.

La encontré en el youtube, la comparto con ustedes.
Cierren los ojos...


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jueves, 26 de noviembre de 2009

los restos de la misma guerra

en 0:54 4 comentarios



- Necesita algo más?
- No. Así está bien, gracias.

Pero no está bien. Casi nada está bien. Y estoy algo cansada de ponerme en punta de pies y balancearme entre el abismo y los jardines. Un péndulo de carne y hueso, dramático y lloroso, que cuelga junto a la ropa de entrecasa de una familia numerosa; a lado de las medias con puntillas de Ema, la más chiquita.
Y entonces la lluvia se empecina sobre la ciudad. Se arroja de manera suicida desde las terrazas y cae directamente en los tachos de basura. Lo que sobra queda en la ropa de la gente.
El capuchino me moja la nariz y me nubla la vista. Y tiemblo dentro de mí. Como si alguien me hubiera golpeado con esos palillos de metal y me llegara la vibración a las cuerdas vocales. Y canto bajito con la voz aguda. Y tomo el sobre del edulcorante y lo enrollo. Y paso la mano por mi pelo. Y me muerdo los labios. Y lloro tanto… Tanto que la moza me abraza y me dice que ella también lloró antes de venir.
Y mira alrededor y me dice que no me preocupe por los demás clientes. Que son inofensivos. Que ellos van a hablar de mi, de la mujer que lloró en el bar, al lado del ventanal. Pero que no podrán saber por qué, entonces van a decir: “estaba llorando… lloraba mucho...”
Y yo siento las mariposas muertas en mi estómago. Quiero vomitarlas y ver cómo eran en primavera. Pero la moza me dice si quiero agua. Y entonces vuelvo a mirar la lluvia. Hay demasiada afuera, le digo.
Ella sonríe y se va.
Nada de esto está bien, pienso. Tomo el teléfono y marco su número.

- Hola
- Hola, soy yo
- Hola
- Decidí viajar al final. Ahora está lloviendo mucho acá. Allá está lloviendo también?
- Si, bastante
- Estoy en un bar ahora
- Ah…
- Queria decirte…
- Ana…
- No, no… quería decirte
- Qué?
- Que hice 140 kilómetros hacia Buenos Aires
- …
- Y todavía te quiero.

to be continued...

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martes, 24 de noviembre de 2009

viene al caso

en 11:09 6 comentarios
Luna rescató la imagen de la muerte que está en el último párrafo del post que escribí sobre la guerra y las batallas perdidas.
Entonces recordé este video que relata a "le petite mort", la pequeña muerte.
Increíble lo que se puede hacer con las palabras y cómo se puede jugar gráficamente para decir algo acerca de lo que no puede nombrarse.
Para mi es un video impecable, lástima la voz en off (resulta molesta en algunos pasajes)

Vale la pena verlo:

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domingo, 22 de noviembre de 2009

la guerra: la versión de las batallas perdidas

en 14:54 4 comentarios


- Capuchino entonces?

- Sí, capuchino.

Miro hacia la calle y recuerdo lo que me contaron la noche anterior sobre una mujer de 33 años que había enfermado de cáncer. Hubo que abrirla y extirparla. Imaginé una mujer sin útero en la ciudad de las avenidas diagonales, negándose a entrar a las farmacias y subirse a las balanzas. Cuanto pesa una mujer sin útero?
Un año más tarde le detectaron un nuevo tumor. Su aspecto había desmejorado notablemente en agosto. Decidió mudarse cuando ya no pudo subir las escaleras. Ella hablaba del dolor señalando el abdomen en cada escalón. Y decía que no le importaba quedarse a dormir en el palier del segundo piso.
Ya en primavera, le aplicaban morfina en la habitación Nº 36. Por las noches la acompañaba una amiga que le leía algunos diálogos de novelas de Marguerite Duras o diarios de Anaïs Nin.
El cuerpo de la enferma se retorcía cuando los efectos de los calmantes la abandonaban como a una esposa con aros grandes. Generalmente de madrugada.
La moza me trae el capuchino y me ofrece edulcorante y azúcar sin obligarme a decidirme por uno o por otro. Lo agradezco.
El hospital, me dijo la mujer que me lo contó, el hospital estaba cerca de un parque de diversiones y tenía una gran playa de estacionamiento.
Era sabido que muchos la usaban para matar dos pájaros de un tiro: ir a visitar a un pariente y subirse a la montaña rusa.
Finalmente, en noviembre, la amiga de la mujer enferma sintió el olor de todo lo que ella tenía envenenado. Luego dijo que la muerte le llevó las pupilas hacia atrás y que la hizo suspirar. Que eso lo había visto antes en ella, cuando se había enamorado.

- Necesita algo más?
- No. Así está bien, gracias.

continúa acá

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sábado, 21 de noviembre de 2009

Más de la guerra, luego de rendirse.

en 23:07 0 comentarios
Y entonces llueve. Y cuando llueve me gusta ir a un bar de grandes ventanales y que la moza llegue rápido y sea simpática y me recomiende el capuchino de la casa.
Y cuando le pida el capuchino, ella sonría de una manera rara, como si antes de entrar al trabajo hubiera dejado atrás sus problemas y de pronto ya no pudiera hacerlo. Y me los muestre uno por uno, con las contracciones naturales del dolor puesto en los ojos. Que los aplaste, como una oriental. Como cuando alguien, en medio de la guerra, se cubre la vista y espera la explosión de todas las cosas.
Y pierde el conocimiento.

- Capuchino entonces?
- Sí, capuchino.


Esta historia continúa en este post
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viernes, 20 de noviembre de 2009

cómo limpiar tu casa en medio de la guerra

en 17:52 5 comentarios


Esta mañana discutí con mi analista. Que el deseo me apremia y que el diván ya es incómodo. Que la vida, que los restos. Que rota así, como recién caída, el mundo tiene otra perspectiva. Que las ruinas vienen después de las guerras.
Y que me voy a comprar un trapo de piso blanco.
Para limpiar mi casa.
Para rendirme.
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miércoles, 11 de noviembre de 2009

Treinta y cinco

en 11:16 13 comentarios

- A la noche recibí el mensaje de mi amiga, la que manda el mensaje de feliz cumple a las 00:01 am. Después me pregunta adelante de todos ¿quién te saludó primero hoy?

- La misma amiga me escribe un mensaje en el facebook.

- Saludan mi prima, mi primo, los otros amigos que uno no ve nunca pero que se acuerdan temprano.


Ya en la oficina, con la torta en la mano. La recepcionista me da un beso, me dice feliz cumpleaños y me tira la noticia: "Se murió la mamá de Lucha".

- Cuando? le pregunto.

- Hoy, a las 6 de la mañana.

Lucha Lucha Lucha. Es mi amiga. Además de mi compañera, es mi amiga. Yo ahí, con la torta en la mano para compartir con los de la oficina. Un escenario patético. "La vida sigue", me dice la recepcionista.

- Sigue? para donde?
Pienso en F. La muerte y F. Y ahora Lucha, llorando.

- Bueno, voy a cortar la torta, te bajo un pedazo después.

Llego a la cocina. Corto la torta. Le llevo un pedazo a las chicas de "Contratos". Lorena O. estaba atendiendo a un cliente. Le pregunta el apellido y el tipo le dice: "Caramuto". Yo largué la carcajada. Lorena se puso colorada.

-Caramuto? el de la casa de velorios? la cochería?

- Sí, el mismo.

- Matame - le dije.

Lorena O. se toca la teta izquierda y dice: "Es mucha casualidaaaaad".
Yo con el plato de torta me siento de nuevo una estúpida y ahora sí que no sé por qué.

Empuño el plato hacia Caramuto.

- Querés torta? Hoy es mi cumple.

Caramuto agarra el pedazo más grande y me sonríe. Y yo lo miro y le digo mentalmente "me sonreís porque sabés que me voy a morir".

Son las 10 de la mañana y siento que ya pasaron muchas cosas. Mis compañeros ya me hicieron el chiste de la vela. Entre todos me abrazaron y me decían: "Soplá ésta". "No, mejor ésta". Y a mi me da mucha risa el chiste, para qué les voy a mentir.
...

Lucha...

Supongo que ella es, de alguna manera, la parte de la historia que nadie cuenta en días como éste. Los cumpleaños también son así. El mundo funciona asi. Un bungee jumping de ánimos esquivando los autos. Un velorio. Un cumpleaños. Estudiantes de medicina disfrazados. Una mujer con vestido floreado. Una compañero que me dice "abuela qué dice? (ese chiste no me gusta, para qué les voy a mentir). Una amiga que me pone en el facebook que ojalá que se agote el helado de sambayón. Y mi cuñada que recuerda un texto mio que dice asi:

Y entonces supe que no quiero pasar esta vida sola. Que el tipo de soledad que poseo no es la que deseo.
Además de eso, también imaginé otra cosa; a Simón riéndose a carcajadas y yo preguntándole “¿De que te reís?” y él contestando: “No sé, me dieron ganas de reírme”.
Y yo comprendiendo eso y riéndome con él.
O algo parecido.

Y entonces ella pone abajo:

Tia: Ya nos estamos riendo. Sabelo.
FELIZ CUMPLE!!
TE QUEREMOS.
Simón

Lloré. LLoré como una hija de puta.
Qué bueno que Simón se ria.
Qué bueno.
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domingo, 8 de noviembre de 2009

Pero en serio lorena, para vos qué es el amor?

en 11:30 8 comentarios

Habíamos caminado media hora hacia una derrota segura. Mi amiga y yo teníamos que jugar un partido de voley contra un rival difícil. Nuestro equipo estaba penúltimo en la tabla. Hasta el momento, ganamos solamente 3 partidos de 30. En 25 de ellos la derrota había sido muy poco digna. En un set perdimos 25-5; y los 5 puntos que estaban en el tablero a nuestro favor habían sido 5 errores del equipo contrario. Creo que ese día fue la primera vez que nos miramos con desconfianza. Evaluamos seriamente si teníamos que seguir jugando. Una de las jugadoras decidió que seguiría por sus hijos, yo seguí para no engordar, mi amiga porque el grupo funciona muy bien en las prácticas, y así nos fuimos quedando.
Durante la media hora de la caminata mi amiga me contó sobre el tipo que conoció. Que besaba bien. Que le dijo que él tenía ganas de conocerla y tener algo “serio” si “pintaba”. Que no sabía qué ponerse para esa misma noche. Que no podía creer que las cosas estuvieran funcionando. Que “pará que me parece que tengo una piedrita en la zapatilla”. Que vos en qué andas, tan linda que sos.
Yo estaba escuchándola con el sol de las 3 de la tarde y me sentía feliz de hacerlo. Me gustaba el entusiasmo que le ponía a las cosas. La manera de inflarlas y que eso no sea un problema.
Le aconsejé seriamente que se ponga zapatos altos, que estilizan. También le di mi opinión de todo lo que me contó. Que la cosa se escuchaba muy bien. Que qué bueno que el tipo se quisiera poner las pilas. Y le dije esa frase que odio tanto, porque es una verdadera mierda, pero te sale, te sale porque vos sabés que es lo que en ese momento se quiere escuchar, porque uno de tanto correr también quiere detenerse y quedarse ahí, no importa cuánto; entonces le dije: “viste?, todo llega”. Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy me odié cuando terminé de decir eso. Pero ella sonrió. Me miró y sonrió.
Debatimos si había que hacer de todo la primera noche que te acostás. Si una se entrega a medias o no. Las dos hicimos un gesto como diciendo: este tema es una boludez. Y nos cagamos de risa.
Llegamos a la contienda deportiva. Otra vez perdimos. Pero habíamos batallado y eso hacía que nos sintiéramos muy bien. Algo así como un médico al que se le muere el paciente después de haber hecho todo lo que había que hacer.
Entonces las guerreras se retiraron del campo de batalla, saludando al rival y yéndose a bañar para la cita. Mi amiga estaba exultante. Y yo respiraba eso de ella.
Le deseé suerte mientras me compraba una bolsita de chipás para merendar. Nos despedimos con un beso y entonces me preparé un té en el cuarto piso.
Y pensé otra vez en el amor. En las veces que me enamoré. En lo precaria que soy en esas cuestiones. En lo que deseo. En cómo un hombre y una mujer pueden encontrarse.
Si me preguntaran a mí, si me pondrían encima un signo de interrogación sobre cómo dimensiono yo esas cosas, sobre qué pienso acerca de qué es el amor, tal vez ensayaría algunas afirmaciones, pero no hablaría de coincidir.
Mi amiga decía que él no es homofóbico y que eso le parecía bien, “que no discrimine es importante”.
También le gustó cuando la puso de espaldas contra la pared y le echó la cabeza hacia atrás arrancándole el pelo y mordiéndole el cuello.
Pienso en imágenes cuando hablo de amor. Eso de los cuerpos, encajando. Eso de moverse uno adentro del otro. De bailar con cierto ritmo. De decir cosas que no vas a cumplir. De pensar en verse de nuevo. De gritar en el orgasmo.
Dos personas desnudas en una cama, quedándose dormidos.
Y el domingo, poniéndose en la persiana. Y el diálogo de una película:

Él: es la parte mas feliz del día: cuando te llevo.

Ella: es la parte mas triste del día: cuando me llevas.
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domingo, 1 de noviembre de 2009

Un clavo saca otro clavo

en 14:46 7 comentarios
A través de Twitter llegué a un blog que terminó en mis marcadores del Mozilla. Mozilla debería poner FAVORITOS. Es muy acertado el término. Bueno... la cosa es que la autora habla de la estupidez de la frase "un clavo saca otro clavo".

PERO... ALGUIEN SE TOMÓ EL TRABAJO DE HABLAR DE HISTORIA Y EXPERIENCIAS. Y MIREN LO QUE DICE AL RESPECTO:


"Parece que ninguno de vosotros habéis clavado un clavo en la vida.
Yo si y confirmo lo cierto de la frase. Me explico.
Esta frase proviene de las prácticas de los antiguos artesanos ebanistas, ya en extinción, los que manipulaban maderas nobles y delicadas (como la del ébano, de ahí su nombre) construyendo joyas mobiliarias. Si alguna vez intentáis recuperar un viejo mueble o un tablón de madera noble… como puede ser la de un antiguo durmiente de vía férrea, en el proceso, a veces, aparecen viejos y oxidados clavos sin cabeza o puntas, que no pueden extraerse de otro modo, sin correr riesgo de deteriorar la superficie, más que continuar clavándolos hasta que atraviesan el tablón por el lado contrario. Después se tapa el agujero restante, con masilla de la misma madera y listo, como si nunca hubiera existido el férreo elemento. Este proceso generalmente se efectúa con otro clavo nuevo de similares características con el que se empuja al viejo clavo, sin dañar la madera. UN CLAVO SACA A OTRO CLAVO."



Y AGREGA...


"Con las desgracias que se clavan en nuestro tejido emotivo, también puede emplearse la misma técnica, aunque es más dificil encontrar elementos de presión con característas similares a las incrustadas que consigan efectuar la extracción limpiamente".



IMPECABLE...
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sábado, 31 de octubre de 2009

me encantó esta película

en 13:31 0 comentarios
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viernes, 30 de octubre de 2009

al margen de todas las cosas

en 10:17 14 comentarios
Como estuve diciendo por ahí, llegó la hora del libro. En unos días voy a cumplir 35 años y me parece un tiempo prudente para hacerlo nacer.
Es muy raro lo que pasa cuando uno decide algo así, porque en mi caso se convierte en la posibilidad de despojarme de lo que más amo.
Durante mucho tiempo mi escritura tenía dos pasos: el primero escribir, el segundo gustar.
Ahora, cuando ya sé que no seré Borges, ni Bolaño, ni Sontag, ni Lispector o Lessing; ya no hay segundas partes.
Esta vez pienso mostrar a quien quiera ver, lo que no tengo. Empecé haciendo eso en este blog, pero el proyecto de un libro se me hace distinto. Tal vez por la posibilidad de que por fin se materialice en un objeto destinado a no tener dueño.

Voy a seguir colgando cosas acá, de otros, y también algunas cosas que vaya saliéndose de los márgenes del libro.
Pero de ahora en más estaré ocupada en parir entre tapas de cartón.

Cuando el libro esté listo, habrá varias sorpresas para ustedes. Principalmente para los que ingresen en este blog. Estoy decidida a que mis conocimientos en comunicación y marketing se noten en este proyecto. Como comunicadora sé que no hay métodos infalibles, pero me voy a divertir mucho difundiendo mi obra (que ya no será mia una vez que circule).


Gracias a todos los que pasan por acá. Conocí gente maravillosa a la que seguiré en sus respectivos blogs.
Gracias especialmente a Luna, Thomas, Javier y Daniel, personas que no conozco personalmente pero a los que me siento vinculada por distintas razones.
Y a los amigos. A los viejos y a los nuevos.
De los que vendrán, me ocuparé luego.

Lorena Aguado.
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lunes, 26 de octubre de 2009

eu te amo, te amo, te amo

en 11:17 0 comentarios
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jueves, 22 de octubre de 2009

las cosas que se v a n

en 11:55 8 comentarios
Es como cuando vas caminando mirando el río y avanzás nadando entre la gente que lo da por hecho. Como ese hombre, vestido con ropa de jogging, que lo supone inmutable a pesar de la música de las islas y de la tierra que vuela desquiciadamente antes de la tormenta. La memoria de lo que no desaparecerá con el tiempo lo pone de espaldas atajando el viento con la nuca y le estaciona los ojos en los edificios con expensas caras.
No creés que eso esté bien. Pero te distraés con otra cosa, un perro por ejemplo, o la parejita que se besa, o el puesto de maíces inflados.
Volvés a mirar el río y lo notás profundo. Unos 3 metros debajo de tus pies con una melodía de fondo. Podría ser esa que cantabas esta mañana, la de Aristimuño, “no sos tan gris, es que todo se volvió gris”.
Te sentís algo extraña, como si el pasto no fuera pasto y naufragás más allá, cerca de las escalinatas. Descendés dentro de vos y llegás al túnel donde las radios de los autos pierden la señal y todo es, en definitiva, un túnel con autos rodando adentro.
Sí. Un túnel con autos rodando adentro.
Y vos girás con ellos así, sobre tu mismo eje. Un esqueleto con convulsiones y cierta tranquilidad que te da estar cerca del precipicio, donde las cosas se desmoronan hacia el río: las bicicletas, los 300 escalones, los canteros, la gente con zapatillas blancas, los animales (los pájaros también), los bebés dentro de los cochecitos, las madres corriendo tras de ellos, los padres ausentes, las reposeras, los tatuajes, todos los lunares de la espalda, las mentiras y un prendedor de fantasía.
Ah! Y vos.
Arrastrada con todo eso, como en una bola de nieve pero que no es de nieve.
Muriéndote de risa, sabiendo que no sabés nadar.
Y pensando que ya no vas a volver a la ciudad, ni a tu departamento, ni a los taxis, ni a esa calle.
Ésa.
Desde donde él venia a verte.
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jueves, 15 de octubre de 2009

Arvejas Corrompidas

en 11:15 5 comentarios
Y nosotros que renegábamos de Poldy Bird
nos fuimos a vivir al país de la nostalgia.
Nosotros que nos reíamos con un indeclinable
qué me importa, que se vayan a la mierda
mientras vaciábamos los ojos a las viejas de al
lado
y nos placía tanto Artaud
y la nueva poesía
y un día descubrimos un Ginsberg hecho pelota
en tres líneas
y nos hartamos de Pink Royd, de Musk,
de Mary, de Mafalda
y el ridículo de escribir poemas en el subte
en un cuaderno re contra manoseado
que hasta el baño nos seguía
y la posibilidad de mezclarlo todo
y leerlo a los amigos que indefectiblemente
dirían
qué bárbaro, genial,
algo así como
"arvejas corrompidas por el sudor de viejos
equinoccios",
que sí sabe fascinante
y sólo arrancándonos la cáscara de los ojos
como el contact imitación madera,
la realidad aparecería tal cual es,
imitada,
como nos cagábamos de risa
con los glúteos aprisionados en jean americano y
esas cosas,
y exabruptos de funcionarios populares
y veleidades
y hay que fundar un nuevo país, otro país,
poesía a las masas,
ofrecer nuevas alternativas válidas,
destrozar viejos mitos y torinos oficiales,
editar una revista auténticamente joven,
¿quién no tiene el corazón y la bragueta abierta
a los dieciocho años?
Y nosotros
que no estuvimos en Atlanta
ni en Congreso
aquella noche
sino en un carísimo hotel
lamiéndonos el sexo
para desayunar luego tostadas con manteca
y hablar de la posición de signos
y levantar la mano, saludarte
y dejar que corran libremente las lágrimas.
La mañana de Ezeiza es fría y húmeda
y yo no me seco las mejillas
porque quiero hacer facha delante de tu
ausencia y
me dices no llores mi amor y
te digo no te hagás problemas vos y
como si Favio nos estuviera filmando y
nos hiciera señas
desde algún rinconcito.
Ahora levantate el cuello del abrigo,
andate,
andate por favor
que cortan, tirame un beso,
que cortan.

Por Horacio Sacco (Publicado en la revista Expreso Imaginario Nº 54. Enero del '81)
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viernes, 9 de octubre de 2009

Adiós, mi amor (tambien quise llamarlo "si te he visto no me acuerdo")

en 10:13 13 comentarios
Pero cuando te olvidás de eso, de cómo nos reímos en la misma parte de la película, o de cuando nos intoxicamos en otro país o leímos un párrafo de Ford en donde no nos pusimos de acuerdo.
Eso pasa, pienso yo, durante el invierno.
Pero cuando se hace de noche y vos estás cansado y te dormís sin soñar. Y cuando viene la tormenta y se corta la luz y yo tengo miedo de la inundación y de la gente sin paragüas.
Bueno, hay que enfrentarlo, me digo.
Pero esa vez que me paralicé de miedo y embalsamé cada uno de mis órganos, vos, un perito inexperto, me diste por muerta. Y entonces dejaste de quererme y no me lo dijiste. Entiendo… quién le habla a los muertos?
Pero ahí ya no pude hacer nada, te juro.
Porque cuando pude curvar mi cuerpo hacia delante, vomité todas las palabras. Y en la parte de la cocina, donde están las alacenas, olía a esa misma muerte.
Y no quise cocinar por un tiempo. Ni escuchar determinada música. Ni mirar la única foto que tenemos juntos.
Y es gracioso, pero tengo que comprar servilletas. Las usé para llorar y para escribir acerca de vos tan lejos, tan profundamente lejos, tan inmensamente lejos.
Es verdad que escribí algunas malas palabras también. Una manera de corromperte. De convertir los restos en otra cosa.
Porque sé de esto. Aunque no sirva para nada. Sé más o menos cómo es el proceso.
Un día no me voy a acordar de las cosas que me decías antes de entrar en mí, o por ahí me confundo e invierto la parte en donde me nombrabas y le pongo otras palabras, las que decías adentro.
Y un sábado, mientras me pinte los labios no voy a saber si tu boca era más grande que la mía. No lo voy a recordar bien, y voy a fruncir el ceño y voy a entretenerme con el lunar y los compromisos de esa noche.
Sé que vamos a estar bien. Hoy por ejemplo, me saqué el traje de superhéroe y pienso arriesgarme, volar un poco y hacerme mierda, eso si es necesario, por supuesto. Qué te parece?
Hoy es un jueves de luces apagadas.
La gente prende la televisión y apenas habla con sus hijos. Pienso en mudarme o irme a vivir a otro país. Pagar impuestos en otra moneda. Pero te juro que no es para escaparme. Es por el poema de Girondo y por lo te dije antes, para volar un poco y dejar de acomodar los pies entre tanto pavimento.
Y además acá es primavera y apenas puedo con ella.
Y además de eso, vos en este mundo.
Desapareciendo.


Recomiendo leerlo con esta música de fondo o de telón o de lo que sea (porque sí)

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jueves, 8 de octubre de 2009

Una historia de amor

en 12:36 2 comentarios
Le dije que hasta hoy no había podido contar una historia de amor.
Eran las 11 de la mañana y yo no quería llorar por eso. Entonces revisé mis bolsillos buscando algo; luego me puse de pié y me acerqué al precipicio de hormigón que separa la vereda de la calle y ensayé una caída.
Me puse de espaldas y señalé la tienda de ropa y dije: qué hermoso vestido.
Él me miró sonriente por lo del vestido e hizo una mueca de tristeza por lo de la historia que no podía contar. Me preguntó cómo hubiera querido que sea. Por qué no escribía sobre eso.
Saqué a relucir las vocales: “aaaaaaaaaa es que no puedo escribirlo todo”.
Él, con el sol en la cara, largó la carcajada. Y me pidió que me acercara haciendo gestos con los brazos. Me apretó las mejillas con las dos manos, como un paréntesis entre las mandíbulas y me dijo: “no dejes que te pase eso. No lo hagas de nuevo”.
Busqué en los bolsillos otra vez. Le dije que llegábamos tarde a la fiesta. Que no tenia vestido y que me iba a comprar el de la vidriera.
Tiró el cigarrillo sin mirar a los costados, como si no le importara lanzar cosas encendidas en una ciudad vacía. Desplegó los dedos hacia los míos, hizo una trenza con ellos y me llevó de la mano entre los autos. Otra vez, como si no le importara.

Me puse el vestido y salí del probador ensayando una pose de Marilyn Monroe y él volvió a reirse.

- Esperá, que te saco una foto.

Buscó su celular en la campera. Lo empuñó hacia a mi.

- Reite, boba. Sos hermosa cuando te reís.

Me rei. Lo hice con ruido. Y puse mis manos en las rodillas y estiré el cuello hacia atrás.

- Comprátelo. Dale. Llegamos tarde.

Salimos de la tienda y caminamos en dirección al sur. Al sur de las cosas que no olvidamos. Yo tenía frio mientras él dibujaba su viernes en el aire. Trazó débilmente la manera en que dejó el maletín en el suelo y se dejó caer en el sillón. Contó cómo se quedó dormido, lo arrugada que había quedado su ropa, lo cansado que se sentía. Lo estúpida que yo era. Pero qué estúpida, qué estúpida.

- No me gusta esa palabra. Podrías usar otra.

- No hay otra… lo sabés.

- Yo ya no sé. Pero no importa, lo tuyo es solamente una opinión.

Seguimos caminando. Quedamos flotando en la peatonal entre los cestos de basura, pensando en algo. Yo al menos pensaba en los zapatos que me iba a poner, en el corte de pelo nuevo, en que no había tomado sol, en lo que sucedió hace unas semanas de noche. Cuando no dije. Cuando contuve las palabras en las amígdalas, convirtiéndolas en un grito; en una onomatopeya de la superficie de mi cuerpo, pero no de lo que había dentro de él, al nivel de la sangre. Ceros positivos contaminados por la hepatitis, lo único que no podía darle. Lo demás… lo demás era para él. Pero no pude decírselo.


- Y bueno, escribí mi historia de amor si querés… Yo te amo a vos y sin embargo jamás quisiste intentarlo.

- Que no te ame no quiere decir que no lo haya intentado. Ya te lo expliqué.

- Si, ya sé.

La fiesta era en un campo en las afueras; un verde intenso y exagerado decorado con manteles blancos y copas vacías.
La novia arrastraba el vestido con elegancia y el novio daba la mano con firmeza. El mediodía acentuaba las imperfecciones de los gestos.

- Ella es mucho más alta que él, viste?
- Si, boludo. Pero si los conocés, que venís a descubrir eso ahora?
- Es que me da risa… Vení, vamos a bailar

Y entonces él me guió de la cintura hacia donde la gente se movía y me sonrió burlón. Me hizo girar debajo de su brazo y me abandonó ahí, diciendo que tenia sed. La música ya no tenía importancia para mi. Me ví encajando de nuevo en una fiesta ajena, como la pieza que falta en el rompecabezas, como ésa que se pone al final porque no se sabe bien qué hace ahí, pero que completa la escena.
Bailé hacia el otro lado del jardín y noté la felicidad atornillada en los centros de mesa, en las figuras de plástico clavadas en la torta, en las mujeres debajo del árbol que abrazaban emocionadas a la novia.
Pensé en lo estúpida que mi amigo decía que era y en esa felicidad trillada de los casamientos. Me concentré en el hombre que amaba a una mujer más alta que él y en cómo la besó recién.
Nada, nada me pareció más hermoso.
Excepto él y sus pies durmiendo en agosto, en un hotel de Montevideo.
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martes, 6 de octubre de 2009

uno dos tres probando...

en 7:40 2 comentarios
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lunes, 5 de octubre de 2009

estoy escuchando cosas como éstas

en 9:40 2 comentarios
La hija del fletero, linda infinita
Volvió a Madrid, donde parece que es feliz
Ese día me mandó al descenso
Recuerdo cómo su mirada me volteó


Pero dos que se quieren, se dicen cualquier cosa
Ay ! si pudiera recordar sin rencor.


En mi buzón hay un par de cartas suyas
Fueron juntandose y no tengo el valor...
Todavía su amor me da descargas
(nunca tuvo higo seco junto a mi)


Pero a los ciegos no les gustan los sordos
Y un corazón no se endurece por que sí


No calentás la misma cama por dos noches
Me reclamaba y no la quise oír
Hice de todo por impresionarla
Y dejé huérfano todo su penar


Pero dos que se quieren, se dicen cualquier cosa
Ay ! si pudiera recordar sin rencor.


No me gustó como nos despedimos
Daban sus labios rocío y no bebí
Sopa de almejas es todo lo que como
(siempre fui menos que mi reputación)


Pero a los ciegos no les gustan los sordos
Y un corazón no se endurece por que sí

http://www.youtube.com/watch?v=-Z_vVVAg3Pg

(Cómo mierda se pone un video acá? eh?? Dejo el enlace igual)
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martes, 29 de septiembre de 2009

Rambo *

en 16:10 6 comentarios
Mira el noticiero y me dice de espaldas que ya no se puede vivir así, que mirá la violencia, que esto es la ley de la selva.
Le pregunto si estuvo una vez en una. Se pone de lado y me mira como si fuera una estúpida. Hace una mueca y vuelve el cuerpo a su posición original.
- Y? ¿Estuviste en una o no?
Esta vez no se da vuelta. Escucho que chasquea la lengua y murmura un insulto innecesario.
Pienso que la televisión le está pudriendo la cabeza. Se convierte en un animal cada vez que se pone delante de ella. Apenas le asoman las palabras que sabe decir. Hace sonidos como: Uh Uh Uh , Oh! Ah! No! Mmmm; después se rasca la cabeza y golpea la rodilla extendiendo el brazo hacia el aparato como demandando otro tipo de imagen. No sé… una de tiros.
Me concentro en lo doméstico. Pongo detergente del lado amarillo de la esponja; la exprimo entre los dedos hasta que sale espuma y entonces me doy cuenta de que la versión de la selva la sacó de las películas de Stallone. Esas en donde tiene una vincha roja y te mira fijo.
Imagino el mundo como él lo describe después de la 7 de la tarde.
Miro hacia la ventana y sigo el itinerario de los cables. Mi vecino se cuelga de ellos como si fueran lianas. No quiere pagar el precio de quedarse afuera de los canales codificados, tal vez no haya nada que le interese de esta urbanidad de veredas deformes y pronósticos reservados del clima.
Es que, de hecho, no es fácil la vida sin balcón. Asomarse es una tarea incómoda. Uno debe doblarse sobre sí mismo para saber si la farmacia sigue abierta.
Hago el ejercicio. Acomodo el ombligo en la cornisa y alcanzo a ver los semáforos de la esquina como palmeras incandescentes. Se me ocurre que los postes de luz son parte de la vegetación natural que esquivamos intuitivamente cuando buscamos un taxi.
Una mujer con ojeras aparece en escena cruzando la calle con el abrigo colgando del brazo. Confía demasiado en el otoño. Piensa que en mayo hay que llevar el abrigo como sea, que no es posible un clima tropical en esta época. Murmura: “Dios mío! Este mundo es demasiado inseguro para mi”.
Adentro de casa, Guillermo Andino también dice algo de la inseguridad y presenta la nota del secuestro. Pienso tanto en esa mujer desabrigada que me angustia.
La noche se adueña de la ventana y él me pregunta qué hay de comer.
Le daría bananas, pero pienso que no entendería la ironía. Él me cuenta que las cosas no están bien, que me fije lo que pasa en Buenos Aires.
Y entonces busco el cuchillo y lacero el puerro. Él insiste con eso de la inundación. Habla de una ola de violencia y de nosotros, tan desprotegidos con una sola vuelta de llave.
Rebano el tomate y dejo rastros en la madera rectangular.
Él habla otra vez de la selva.
Y yo quiero que se calle,
y prender la hornalla con un solo fósforo
y quemarme las uñas a propósito
sentir que estoy en peligro
y que me salve Rambo.


* txt publicado en la revista Atypica Número 35 (conseguila en tu kiosco!!!)
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ay! perdón

en 12:02 2 comentarios

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jueves, 24 de septiembre de 2009

Lo que él no le da (y lo que ella ya no necesita)

en 0:39 6 comentarios
Salí del trabajo vestida de violeta y me detuve en la esquina. Miré la avenida. Vi cómo septiembre se desesperaba sobre los autos. Recordé las estadísticas que dieron en la radio acerca del mercado automotor. El 90% de los compradores elige autos grises. Como si no quisieran desentonar con el pavimento. Pensé en miles de idiotas convirtiéndose en camaleones de ojos polarizados, escondiéndose de los otros camaleones.
No tengo nada en contra del color gris. Idiotas es lo primero que se me vino a la cabeza.
Debo decir algo más sobre esto. Hoy tuve un día difícil. Me desperté antes de que sonara el despertador, justo cuando se murió mi abuela. Horrorizada comprobé que había sido sólo un sueño. Ella sigue viva a cientos de kilómetros en un departamento de 2 ambientes, con esa cocinita donde hace buñuelos para nadie. Donde lee el diario en voz alta para nadie. Donde la piel se le pone cada vez más transparente, como un celofán, mostrándole sus venas a nadie.
Que mi abuela siguiera viva no era la única razón por la que mi día se había complicado.
Me preocupaba la bailarina del gimnasio de gradas azules. Había escrito ese relato un domingo a la madrugada y no podía despegarme de la sensación que tuve al escribirlo. Apenas podía ver la pantalla. Lloré de principio a fin mientras hundía mis dedos en el teclado. Borré la parte donde decía que los ojos verdes no tenían ningún mérito en ella. Que no había hecho nada para tenerlos.
Lo demás está escrito.
Pero yo quería decir otra cosa. Yo quería decir que me sentía cobarde esa noche por pensar en movimientos de fuga. Por querer que la bailarina se lastime los pies, que le salgan ampollas y se muera desangrada ahí, entre las gradas azules. Que en un mundo como éste alguien puede morirse un domingo de tristeza, y regresar el lunes a trabajar sin que nadie lo note.
Y que el hombre a quien yo le preguntaba si veía lo que hacía la bailarina con sus pies. Ése. Nunca la vio.
No se dio cuenta del asunto de los zapatos. No le dijo que su vestido era hermoso.
Ella le había dicho la noche anterior que solamente desnuda había podido tocarlo.
Por eso bailaba sobre el parquet. Nótese que elegí un piso como el parquet.
Pero él no pudo verla.
Él es un idiota del pavimento.
Un camaleón con ojos polarizados en primavera.
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domingo, 20 de septiembre de 2009

la bailarina del gimnasio con gradas azules

en 23:09 7 comentarios
Viste cómo hace ella con los pies? Cómo baila ahí, en el centro de ese universo de gradas azules?
Cómo estira el cuerpo hacia adelante y recita en voz baja una poesía?
Cómo dice: "voy a rascarme la piel debajo de la piel"?
Cómo grita cuando le duelen las manos y descubre los huesos de las falanges, los más chiquitos, los que se doblan fácilmente para que ella pueda cubrirse la cara y llorar ahí adentro, entre los dedos?
Deberías estar atento. Ella no está bien. Hace días que no está bien.
Se balancea. Estira el cuello hacia un lado y hacia el otro.
Hacia un lado y hacia el otro.
Pega un salto a lo largo, uno igual al de los atletas de las olimpíadas, pero con más gracia. Y cae.
Se sacude en el parquet y se detiene boca arriba, agitada.
Mira hacia el techo y no ve otra cosa que antorchas eléctricas iluminándole el vestido.
Despliega los brazos a los costados. Apoya toda la espalda. Recita otra parte de la misma poesía.
La escuchás? Podés oír eso del abismo? Hay una parte incomprensible, si. Pero en seguida continúa con lo del cuerpo. Dice que le quedan solamente los huesos y los órganos después de que él la llena de líquido en un grito.
Y entonces se duerme.
La ves dormida?
Sueña el drama de esa noche en la que se desbordó sobre el colchón y cayó en picada 1500 metros hasta la alfombra. Y luego aparecen esos hombres y esas mujeres a los que les acepta como un animal hambriento las sobras de los fines de semana.
Se dobla sobre sí misma, como un arte japonés, cuando le llegan las imágenes de lo que no acepta aún: que su madre esté enferma, que su hermana no le importe, que su útero no se llenará de hijos.
Ves como tiembla?
Se espanta.
Y entonces se mueve despacio. Primero se pone en cuclillas y después se iza a si misma con los brazos en alto.
Empieza a bailar. Da vueltas.
Ves entonces lo que hace ella con los pies desnudos?
Acaso ves los zapatos a un costado?
No los ves?
No?

No?
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lunes, 7 de septiembre de 2009

antes de eso y después de eso

en 0:35 8 comentarios
Una tarde, estando casada, corrí a la habitación donde mi esposo estaba durmiendo y lo desperté.
Me lancé al hemisferio izquierdo de la cama y empecé a llorar desesperadamente.
Él, aturdido, levantó su cabeza y me preguntó en voz alta qué me pasaba, por qué lloraba. Si alguien había muerto.
Yo le dije estoy tan triste, tan triste.
Él insistía con eso de la muerte de algún familiar o de un accidente fatal en la ruta. Eso me entristecía más.
Moví la cabeza de un lado a otro. La hice tambalear diciendo No varias veces. Entonces él me abrazó fuerte. Empujó mi cabeza contra su pecho al punto de ahogarme. Mi boca había quedado abierta y aprisionada en un territorio ajeno; apenas un agujero, una claraboya que arrojaba luz sobre la epidermis de un hombre conocido.
Corrió mi pelo hacia atrás, alejándolo de la humedad. Puso sus manos sobre mis ojos. Los arrasó, dejándome ciega. Y luego me dijo que ya pasaría.
Mi cuerpo sangró esa tarde. Una hemorragia púrpura llegó a teñirme los dedos de los pies. Y yo, tan llena de coágulos, subí al primer piso de la casa a juntar la ropa y ponerla en cajas de cartón.
Luego de eso, comencé a tener pesadillas. Traicioné cada una de ellas.
Poco después, tuve sueños. Que no se cumplan, ahora pienso, que no se cumplan no es el verdadero problema.
El problema es otro.
Pero no quiero decirlo.
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viernes, 4 de septiembre de 2009

Sobre Montevideo

en 10:02 1 comentarios
Giré la cabeza y noté los pies de él en los suburbios del colchón, a centímetros de perder las uñas en la alfombra. Su cuerpo es larguísimo y yo lo recorrí entero unas horas antes. Le puse la lengua en los omóplatos. La dejé ahí, estacionada en un lunar, mientras con el dedo índice acaricié su mundo desmayado de excusas y huesos.
En esa habitación de hotel (un hotel que ofrecía lustrarnos gratis los zapatos) la felicidad tenía los ojos hinchados. Esa rara inflamación en la manera de ver las cosas que tienen los turistas recién llegados. Habíamos sido amables con el color rosa en las paredes y la obsesión por los tulipanes. Exhalamos euforia mientras llenábamos los formularios de ingreso. Y teníamos hambre en el feriado y en nuestros apellidos. En todo lo que declaramos ser.
Montevideo tiene una ciudad vieja y otra más vieja aún. El primer día cruzamos la plaza y subimos una escalera, mutando en cenizas de ese espiral que nos llevó a una antigua habitación con una pila de libros que no podían comprarse. Allí pusieron unas mesitas con velas y dejaron que un hombre joven tocara la guitarra y le cantara a la mujer que no se fue.
Nos miramos con los párpados izados y pusimos la felicidad a remojar en la botella de cerveza. Una estrategia premeditada para que las cosas duren un poco más.
En los márgenes de esa eternidad y desde el revés de nosotros, asomó un suéter fucsia que abrigaba a una chica con el pelo ondulado. Ella comenzó a bailar e improvisar el estribillo junto al guitarrista. Y entonces caímos rendidos. Nos enamoramos de ellos por primera vez y unos minutos después, en la canción siguiente, lo hicimos de nuevo.
Pensé en las formas extrañas de la felicidad. En el vitreaux ovalado que fotografió unas 20 veces desde diferentes ángulos. En la comida demasiado condimentada. En el vino espumante. En los mozos que fuman mientras esperan al chef. En sus pies.
A él le sobran los pies. Se le salen del colchón como resortes que no resisten el peso de los dos.
En esta habitación el reloj está adelantado media hora y eso para la lluvia es indiferente.
No lo es para nosotros.
Y entonces él deja de soñar. Y se despierta.
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jueves, 6 de agosto de 2009

sobre ataduras

en 23:51 0 comentarios
Hoy quiero dormirme temprano.
Pero vos decis algo que me da insomnio.
Decís que somos como esos artistas del circo.
Contorsionistas, si.
Que somos eso.
Y te reís.
Y yo, como siempre, me rio.
Como si fuera vital para los dos que yo también me ría.
Decís otra vez, que somos asi.
Tan idiotas...
que nos atamos los pies para no escaparnos.
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sábado, 1 de agosto de 2009

Ejercicio sobre medias con corazones

en 12:52 1 comentarios
Rodeamos la mesa donde se desparraman las cajas de ropa interior. Las abrimos como si fuéramos a descubrir nuestra propia intimidad y nos desviamos en comentarios sobre el encaje y los corpiños con aros. Hablamos también de que no es lo mismo besar a alguien de esa manera, largamente. Que por algo las prostitutas no lo hacen. Luego dudamos de si realmente es así. Y reímos. Sí. Reímos sintiéndonos estúpidas.
Y unos segundos después se escucha decir a alguien (no sé si fue mi voz) que es mejor no buscarle la vuelta a las cosas que no giran.
La que tiene flequillo pone el acento en el color de una vedettina y me hace saber que no le queda bien en su piel. Yo reparo en las cosas que van con la mía. Me detengo unos segundos en la mujer que posa en el catálogo y cambio de tema. Son las 7 de la tarde y no he tenido tiempo en pensar en el día anterior, en lo que dije y en las cosas pendientes en la oficina.
“Me voy a probar todo esto”, aviso en voz alta imaginándome desnuda en la casa de otro. Esa extraña forma de sacarme la ropa en un territorio extraño, corriendo el riesgo de que se me ponga la piel de gallina y verme demasiado pálida frente al espejo. Culpo a las lámparas de bajo consumo por mi aspecto de moribunda. Sólo por eso. No por sentirme cansada o cobarde.
El sábado me guía a un pasillo en busca de la habitación con espejo, pero una voz preguntando por medias me detiene. Retrocedo como esos viejos cassettes y espío a la dueña de casa. Ella descarga una bolsa de consorcio en el centro de la mesa, plagiando una montaña con ciento de medias.
Observo cómo las mujeres hablan del invierno. De si las medias no deberían ser más largas. Del porcentaje de algodón. Del estampado. De que con corazones no. Con rayas mejor.
Abandono el presagio de mi desnudez e imagino un cementerio de medias al pie de mi cama. Pienso en la manera que tengo de abandonarlas durante el sueño. Froto los pies, lo sé. Y después las empujo hacia el límite del colchón. Las desarraigo de mí con lo que me queda de oscuridad.
Durante la mañana la búsqueda dura más o menos 5 minutos, mientras en la radio dan las noticias.
La del flequillo compra unos 6 pares. Todos rayados. Uno para cada día. Los domingos no usa medias. Porque no. Porque prefiere que así sean las cosas.
Vuelven al asunto de los corazones en las medias. Que no les gustan en los pies. Las dejan a un lado como deshechos de la montaña. Algo que finalmente merece desbarrancarse hacia un costado de las conversaciones sobre lo conveniente, lo absurdo, lo que no puede ser.
Siento el impulso de ir por ellas. De rescatarlas del mal gusto y los prejuicios.
Aturdida, avanzo hacia la mesa. A la altura de mis caderas choco con una cabeza rubia, de unos 5 años. Me muestra un robot articulado. Me dice que lo armó pieza por pieza. Que no tiene nombre. Le digo que lo llame “Roberto”. Me responde que así se llama su papá y me pide que juegue con él. Dejo lo que iba a probarme a un lado y tomo el robot. Le pregunto cómo hizo para armarlo. Él me ofrece crear otro ahí mismo. Me muestra una caja de piezas sueltas y empezamos a buscar una cabeza, dos brazos del mismo color, una coraza, las piernas - “no, ésta no encaja. Ésta es mejor, mirá ”- y los pies.
Paso el tiempo encastrando piezas de plástico. Exagero mi asombro. Elijo el arma del robot: una espada de luces azules que titilan y nos hace sentir poderosos.
El jardín de la casa me devuelve la noche. Caigo en la cuenta de que las mujeres pasaron a la cocina. El tema de conversación ahora es acerca de la actriz que tuvo un accidente.
Le miro los pies al robot que hicimos y siento el escalofrío.
No sé nada de las medias.
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martes, 21 de julio de 2009

ay...

en 13:37 0 comentarios
Tengo tanto miedo con él.
Me concentro en la pantalla azul. Un primer plano sobre las aspas de un helicóptero me echa viento en los párpados. La actriz quiere arreglar su cabello, despejarlo de la cara y permanecer hermosa.
No. Ese plano americano no es el adecuado.
Me resigno en el sillón.
Buscando al héroe que me salve de él, abro la puerta.
Pienso que es necesario. Acepto la falsedad de los argumentos.
Dejo que las cosas se mueran así: con mi cuerpo descomponiéndose debajo de otro.
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sábado, 11 de julio de 2009

ya deberías haberlo aceptado (otra vez)

en 11:26 3 comentarios
Llegás a la oficina antes del mediodía y te encontrás con ella detrás del vidrio, arqueando su columna en el sillón giratorio.
Le preguntás como está.
Te dice que hoy se enteró que su madre va a morirse.
Vos no decís lo que se te viene a la cabeza.
No le decís: "cómo? no lo sabías?"
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sábado, 4 de julio de 2009

10% de descuento en tu tristeza

en 12:01 9 comentarios
Cuelga de su brazo un canasto donde duermen filetes de sábalo y una botella de vino que aplasta las verduras. La urgencia se le escurre entre el plástico, balanceándose en los pies.
Adivino que compró su abrigo en una mesa de saldos. Seguro es uno de esos hombres que guardan un peine en el bolsillo y vigilan su pelo en las vidrieras.
Él está delante de mí en la fila que formamos hacia la caja rápida. Somos una especie de hormigas que no soportan su propia carga y nos miramos con desconfianza.
Deberían poner esos carteles luminosos indicando el tráfico y la demora; advirtiendo el momento en que se convierten en cajas lentas. Así uno toma otro tipo de decisiones como por ejemplo, suspender la elección de los alimentos congelados dando un paseo por el sector de los electrodomésticos o la blanquería (acariciar las toallas buscando algo que provoque la epidermis, que la roce de manera amable. Detenerse en las fundas de almohadones y planear tener almohadones).
La espera es insoportable frente al estante de velas perfumadas y entonces el hombre urgente se da vuelta y quiere hablarme. Me recita parte de la constitución y los artículos sobre la defensa del consumidor. Habla de las horas que pierde la gente con la promesa del 10% de descuento. Que no deberíamos acostumbrarnos a eso.
Arrugo la cara y le muestro los dientes. Le digo que no tengo tiempo para hablar y que debo leer los códigos de barra de las cosas que llevo. Me pregunto en voz alta mientras revuelvo estúpidamente: Donde dejé la taza multicolor? ¿ Y los individuales de Charles Chaplin en oferta?
El hombre me muestra la espalda y deja caer sus palabras en el canasto.
Es un viernes tan frío, tan precario en el piso recién encerado. Abandonaría allí mis instintos, le pondría un precio accesible.
Luego dejaría todo lo que sé en los envases de vidrio a cambio de una sonrisa espontánea de la cajera. Deseo que su día franco caiga un domingo. Que ella pueda quedarse dormida después de coger. Que no recuerde, al menos por unas horas, el sonido de los tickets imprimiéndose y al idiota de su supervisor.
Avanzo hacia donde cuelgan las baterías y las hojas de afeitar. El hombre impaciente saca un peine del bolsillo de su saco y corrige el mechón que le cae sobre la oreja.

- Del otro lado también.

Él confía en mi y echa hacia atrás el otro mechón. Me agradece con una sonrisa.

- Usted no debería seguir esperando- susurra.

- Ya estamos, casi- le digo en voz alta. Lo más alta que puedo.

- Lleva demasiadas cosas impares. No se acostumbre a eso.

- Le toca- le señalo con el dedo la caja.

- Los individuales.

- Qué pasa con los individuales?

- No los lleve.

- Por qué?

- No es Chaplin. Y usted se dará cuenta recién cuando llegue a su casa.


Reviso uno de los plásticos. No es Chaplin.
Pienso en las cosas que no son. Busco las coordenadas de mi espera y miro hacia atrás. Noto la congestión de cuerpos hablando de política o de la pandemia. Cierro los ojos y recuerdo el miedo que siento cuando despierto en las mañanas. Las preguntas que me hago. Las plantas de los pies oscurecidas de tanto andar descalza. Los sonidos que salen de mí en posición horizontal.
Dejo caer la cesta de compras y busco la salida a la calle.
No quiero morirme ahí, entre las ofertas.
Y que no sepan a quien llamar.
Y que tapen mi cuerpo con bolsas impresas con el logo del supermercado.
Y que el hombre urgente salga bien peinado en los noticieros contándoles que habló conmigo.
Que no había imaginado otra muerte para mí.
Que no era Chaplin, por dios!
No era Chaplin.
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martes, 30 de junio de 2009

Te vieron juntando margaritas

en 13:18 3 comentarios
Un tema para que ahonden las chicas de los martes http://laschicasdelosmartes.blogspot.com/.
No sé cómo aún no tocaron el tema. Sí sé. Están boludeando por ahí en vez de actualizar el blog que tanto me gusta.

La noticia es un verdadero boom en los programas chimenteros junto con la pelea de Moria con Gasalla. Moria me cae tan mal como Nancy Duplá. Otra coincidencia que comparto con las chicas de los martes.

Bueno, vamos al grano. Cecilia está con Gonzalo. Él tiene unos 20 años menos que ella (algunos hablan de 27). Muy lindo pibe. Ella, una de las actrices más talentosas de nuestro país y muy bien “conservada”.

La gente que tiene programas que resumen a los que vienen antes (una estupidez total. Ya nadie se pierde nada en favor de la repetición) opinan que Cecilia es una maestra.

Gonzalo parece inteligente. Es buen actor y modelo. Abandonó a su novia de años ni bien tuvo éxito. Otro tema ya repetido en el blog de mis amigas personales. Casos como el de Nicolás Vázquez o Facundo Arana son emblemáticos.

Ahí lo tenés a Gonzalito creyendo en instituciones. Comiéndose un personaje, pero de unos 40 y pico de años que actúa en un unitario de Polka. Ya le armó un quilombo bárbaro con los vecinos, porque le estaciona el auto en la puerta del garage del edificio. Eso es imperdonable.

Mis felicitaciones a Cecilia. Aunque esta historia termine con él en otra tapa de revista besándose con la actriz protagonista de su próxima novela y ella saliendo de su casa con anteojos oscuros, jogging rosa y cara de orto (alguien lo duda? eh?).

Pero igual no veo el problema. Todos terminamos sufriendo por alguien. Y como dice Lorrie Moore en uno de sus mejores cuentos: “Tarde o temprano te va para la mierda”.


(De algunos lugares habrá que irse temprano. En otros habrá que aplastar el reloj y despertarse tarde, a eso de las 4 pm.)
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viernes, 26 de junio de 2009

morirse en los semáforos

en 1:24 4 comentarios
Siento el frio entre el algodón y la lana, justo en las costuras que no se ven. Nada parece abrigarme demasiado en estas latitudes. Entonces comienzo a correr. Lo hago desesperadamente, como si alguien estuviera persiguiéndome. Pienso que quiere alcanzarme para decirme algo que ya sé; unas cuantas cosas sobre la vida que llevo.
Podría dejar que se ponga a la altura de mis tímpanos y escuchar sus razones agitadas. Notar la dilatación de las venas en su garganta recitando a borbotones las traducciones al español de un filósofo de la India.
Eso aceleraría mi carrera. Llenaría mis pulmones de tristeza y atravesaría el parque con los puños apretados, estrellándolos con violencia en la atmósfera.
Me concentro en la sendas peatonales. En el impacto sobre las rodillas. En las chances de evitar una muerte absurda, golpeándome la cabeza sobre el cordón que me separa de los autos.
Moriría pensando en él. En cómo se ríe sin mi (esa sonrisa maravillosa que me sé de memoria). En la muerte de mi nombre de pila en su agenda, cuando apenas comenzó el otoño.
Tomo aire por la nariz y lo escupo ensayando un silbido para perros. Comprendo que debo atravesar la calle de los silos. Adivino las distancias que sobran.
Una ambulancia se detiene a unos metros.
La gente muere cerca de los semáforos. Ahí donde se distrae.
Eso lo sabe también el que quiere explicarme este mundo.
A mi no me gusta nada.
Pienso que es una verdadera mierda.
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sábado, 20 de junio de 2009

Las metáforas no sirven para nada

en 14:58 11 comentarios

Junta los restos de los azulejos. Los pone sobre la mesa. Llora de una manera extraña, como esperando que aparezca la tristeza de verdad.
La tormenta pierde de la canilla y moja el aluminio. Ella no se detiene y elige una canción que vuelve a empezar con las luces apagadas.
Canta.
Descubre arrugas en los ojos.
Cierra la ventana.
Grita en el estribillo.
Respira la humedad del sábado.
Espera calmarse, dejar de temblar.
Se olvida la letra.
Mira hacia el comedor y descubre la ausencia del mantel.
Se pierde.
Busca entre la ropa de invierno.
Pone los brazos alrededor de su vientre.
Escribe en la pared del baño: “necesito a alguien con quien hablar”.
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jueves, 4 de junio de 2009

Deberías probar con otra marca

en 13:08 11 comentarios



Él le dijo a ella que le llevó 37 años encontrarla. Lo dijo delante de nosotros y en voz alta.
Fue maravilloso.
Habían pasado algunos minutos de la 1 de la tarde y ellos nos mostraban sus omóplatos agitados, tal vez por la emoción. O quizá por el viento.
Amplificaron su juramento frente a una mujer rubia con micrófono.
El río no representaba ninguna amenaza. Lo podíamos ver desde lo alto. Mi amiga y yo no coincidimos en la apreciación del color pero sí en su movimiento.
Se pusieron anillos de plástico. El de él tenía luces.
Ella tenía hoyuelos en las mejillas, pequeñas zanjas donde se desmoronaba su forma de llorar. Parpadeó una, dos, tres veces y le dijo: “Te amo, incluso mientras duermo”.
Y entonces aplaudimos la ocurrencia.
El violinista de la izquierda no alcanzó a atrapar la partitura y debió tocar de memoria.
Hundí el taco en el pasto y pensé en el amor. En lo incómodo que es a veces. En lo mullido y blando también. En la posibilidad de que el taco se hunda y se llene de barro. En eso de perder el equilibrio.
Hablé con mi amiga sobre la posibilidad de que los músicos desafinen al sol.
Ella me contestó que le parecía que había crecido unos centímetros antes de ponerse los zapatos y que ahora podía ver las cosas de otra manera. Y entonces dijo:

-El amor al mediodía es amor de verdad.

La miré.
Abrí los ojos y la boca.
Quedé así un rato.

Como 5 minutos.

Tal vez 6.

Después le pregunté:

- Por qué dijiste semejante pelotudez?

- Qué cosa?

- Lo del amor al mediodía.

- No sé… Salió así, qué se yo. Supongo que por los anillos de plástico.

Le sonreí a la moza que me ofrecía bruschetas. Y entonces pensé en Tupperware. En un envase gigante y resistente al microondas.
Un lugar donde pueda sentirme segura por un rato. Donde haya personas predecibles y además llueva cuando lo anuncien.
Donde las agencias de lotería sean un absurdo y los resultados de todas las cosas sean los esperados.
Donde la mejor amiga de la novia atrape el ramo.
Donde la cirugía de mis tendones no se interprete como el ensayo de un suicidio.
Quiero, por un rato, polímeros en la sangre en vez de glóbulos.
Y convertirme en un superhéroe irresponsable. Capaz de romper el plástico. Hacerlo explotar a la hora del postre y ponerme el sombrero.
Desfigurarme en el baile carioca cantando el estribillo en un portugués incomprensible.
Desentenderme. Y buscar el amor entre la gente que agita sonajeros en forma de ananá.
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martes, 26 de mayo de 2009

Mañana no debe seguir siendo esto (*)

en 12:10 5 comentarios



- ¿En qué pensás?

Es una pregunta disparada sobre la curva ascendente de mi boca.
Tengo el blanco en la cabeza, una pupila condensada en el cerebro. Lo miro y no opino sobre la mielina y los neurotransmisores.

- En nada.

A veces el mundo mide el ancho de una cama de 2 plazas.
El está ahí un tiempo. Desata los dedos y los pone en mi espalda. La trata como a un piano. Dibuja un pentagrama en las vértebras y susurra el estribillo de una canción.
Dejo que eso suceda despacio.
En unos segundos voy a decirle algo gracioso y distraerá las uñas sobre mí. La risa le va a temblar en el cuerpo y va a ser contagioso.
Aún así, no puedo decir que seamos felices.

- Me tengo que ir
- Bueno.

Tomo impulso con los brazos. Me visto prestando atención en las costuras. Aliso el pelo con la mano abierta y voy hacia la puerta sabiendo que las llaves están colgando de la cerradura.
El ascensor es tan predecible como nosotros en el pasillo.
Me pregunto sobre mis intenciones de besar a alguien de madrugada. Ser tan íntimos en la calle es una contradicción que ambos soportamos.
En pocos minutos, retomo la posición horizontal. Puedo ver la manera en que las nubes amenazan el feriado. Un contraste deforme sobre los edificios transpirados.
Debajo de los párpados, sueño con morirme junto con el mes de mayo.
Este año sucederá un domingo.


(*) gabo ferro

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sábado, 11 de abril de 2009

Corín Tellado: que te pasó? (*)

en 19:01 7 comentarios
La noticia de que Corín Tellado murió hizo que yo volviera sobre el asunto. Soy parte de una generación arruinada por ella y su imaginación.
En un diario español dicen que es la autora más leída luego de Cervantes y que escribió cuatro mil novelas rosadas. Cuatro mil… increíble.
Recuerdo las tardes de lectura sobre la alfombra. Apoyaba mi espalda de 14 años de antigüedad sobre uno de los bordes de la cama mientras sostenía el libro esperando llegar a la parte en donde ella, la protagonista, se acostaba con él.
Una se encontraba con una extensa descripción de cómo era tener sexo con un hombre que no fuera tu marido. Y era maravilloso.
En esa época, Grecia Colmenares era ciega y daba muy pocos besos. Las películas que pasaban en los canales oficiales mostraban a la mujer con los hombros descubiertos y el pelo revuelto. Entonces Corín era para mi la puerta al sexo, a eso que ocurría debajo de las sábanas y sin corpiño. Hablaba de movimientos, de cuerpos entrando en coordinación y de explosiones.
Yo disparaba mi imaginación sobre mi esqueleto. Pensaba que no podía doler tanto algo así, que no tenía por qué tener miedo y deseaba que finalmente sucediera con alguien que tuviera el pelo oscuro y que sepa tocar la guitarra. Él metería su lengua en mi boca y entonces haría lo que sabe hacer.
Por supuesto, nada de eso me sucedió.
Entonces odié a Corín.
Ella nos aseguraba que los hombres querrían casarse luego de tenernos en la cama. Que una se enamoraría sin problemas y que la cosa no podía pasar por otro lado que no sea por un final feliz.
Ahora me entero que ella no se casó con el hombre que amaba. Y que su visión de las cosas era, al menos, irónica. Ella dijo una vez que “las mujeres paren y los hombres mean contra la pared, eso es todo. Yo hago hombres estupendos, sensibles".
¿Que te pasó Corín?
Acaso no mediste las consecuencias?
Cómo es posible que no hayas querido hablar de otra cosa?
Que no tengas otro color en tus libros?
¿Por qué no hablaste de eso? De hombres meando, de mujeres pariendo, de amores que no se concretan, de mujeres paranoicas, de hombres histéricos, de personas que no entran en coordinación en la cama y que además huelen mal?
Por eso Corín, porque preferiste obviar esas cosas, es que te hago culpable de mis fantasías abandonadas.
De la decepción que sentí cuando el no me llamó después de acostarnos varias veces.
De mi insistencia en imaginar diálogos en español antiguo.
De las tardes en las que lloré, recordando que en tu libro los tipos se daban cuenta y volvían.
Tuviste cuatro mil oportunidades para decirme algo diferente.
Cuatro mil, Corín.
Y no lo hiciste.






(*) Los diarios del mundo la tienen en sus principales titulares. Hoy, a los 81 años, murió Corín Tellado.
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martes, 7 de abril de 2009

ya deberías haberlo aceptado

en 0:44 2 comentarios
Ella irá hasta el pueblo donde nació. El cuerpo helado de alguien que jugó con ella y su hermana ya no la espera. Antes, ese cuerpo se acordaba de su cumpleaños y una vez le regaló un par de medias envueltas en papel de diario.
Tiene el pelo oscuro y me habla serenamente de las cosas que debo pagar. Me indica la dirección del banco y abre sus ojos para acentuar las palabras, me dice que todo estará bien si no puedo ir. Que ella se ocupará la semana entrante.
Veo los surcos que le dejaron las lágrimas en el cuello y le digo que iré mañana temprano. Que no tengo problema. Intento ponerme en el lugar de ella, pero no puedo. Apenas me paro en su sombra y hago el equilibrio necesario para mantenerme unos segundos.
Cuenta los kilómetros desplazando el flequillo hacia la derecha y me dice que llegará a la madrugada. Que lleva abrigo y agua caliente. Que la ruta es oscura. Que las luces, que los neumáticos, que el freno, que los cambios… todo eso está en perfecto estado.
Pero que lo demás: la casa donde iban a visitarla, el patio, la ropa recién colgada, la abuela que no entiende, las deudas en el almacén, el perro que no come, el anillo… todo ello es doloroso. Que lo siente sobre los músculos.
Me dice que hay luna llena. Que el mundo funciona así, de la misma manera siempre; que no importa si alguien se muere. Pero que ella lo nota ahora, cuando las cosas pasan lento y por fuera.
Yo cierro los ojos y presiono sobre el pulgar la llave que antes abrió la puerta.
Le digo que tenga buen viaje. Que me llame.
Ella mueve la cabeza asintiendo. Adivina que lo de la llamada es un reflejo de lo que no sé decir. Que pido que me llame para no hablar de las muertes prematuras, ni de aquellas que uno espera.
Me abraza y me pide que me cuide. Del otoño, tal vez.
O del tráfico.
O de los cortes de luz.
O de los golpes de suerte.
O de esta noche que se vacía dentro de mi y me deshidrata hasta el insomnio mientras programo el reloj despertador.
Puedo anticipar lo que sucederá mañana: ella estará en el cementerio a la hora en que yo pague las expensas.
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sábado, 28 de marzo de 2009

HULK

en 13:59 5 comentarios


El consorcio se reunió en la planta baja y acordó poner rejas al frente sin consultarme. Los inquilinos somos mayoría, pero en cuestiones como éstas quienes deciden el encierro son los dueños de las cosas.
Volviendo de un viaje, me encontré con un cuadriculado verde y un candado suspendido del lado derecho. La razón del repentino aislamiento no era la ola de inseguridad de la que habla Susana Gimenez, sino el colegio privado que se levanta todas las mañanas del otro lado de la calle.
A los niños ricos con escudos bordados siempre les gustó sentarse en las escaleras del ingreso del edificio en donde vivo. Allí juegan a las cartas, fuman, dejan olvidadas sus lecciones en el descanso y se besan.
Pero la propiedad privada odia a los adolescentes que creen que pueden apoderarse de los espacios gratuitamente. Y entonces pinta de verde al encierro, una especie de Increible Hulk sólido y eterno que los detenga con sólo permanecer ahí.
Para mi alegría, eso no dio resultado. Deberían saber los propietarios de los semipisos al frente y contrafrente, que cuando tenés el 1 delante de tu edad, las rejas sólo sirven para atravesarlas.
Una chica rubia come un alfajor sentada en uno de los escalones. Levanta su cabeza y me mira fijamente. Se arrastra hacia la pared y me dice: “pasá”. Agradezco la orden. En definitiva yo necesitaba eso: pasar.
Me detengo en la imagen de cómo cuelgo la ropa para que se seque al sol. La pongo de revés, del lado de la costura; la obligo a permanecer en las bambalinas. Y entonces confirmo que esa situación, la de la quinceañera dándome la orden, es la forma exacta en cómo se dan vuelta las cosas. El consorcio quiso que ella quedara del lado de la vereda y ahora la rubia toma la actitud de un patovica que me permite la entrada.
Antes de abrir la puerta regreso hasta donde está ella. Busco en la cartera y saco un viejo ticket de un recital y se lo doy. Ahora siento que las escena está completa.
No dejo de pensar en el candado. La reja permanece abierta. Me asusta la idea de que está allí a punto de cerrarse. Los vecinos con lo que hablo me dicen que no tienen la llave. Pienso en las malas inversiones. En la estupidez de los dueños y en la posibilidad de destruir el monstruo de hierro mientras ellos duermen lejos del balcón.
No tengo con quien discutir este tipo de cosas. Sueño con convertirme en una terrorista de las ideas infames: de los detectores de robo en los supermercados, de los cines que quedan lejos, de los discursos largos, de los sillones incómodos, de los baños públicos abandonados, de las salas de espera, del helado de sambayón.
Abandono insomne la idea en el cuarto piso. El celular suena cerca de mis caderas ambulantes y entonces no cierro bien la puerta del ascensor.
Una voz me dice que él quiere hablarme. No alcanzo a responder y presiono con el pulgar la tecla que corta la comunicación. Imagino la reja sobre él, sobre lo que nos pasó; adyacente a la forma en que se rió la última vez que lo vi; aplastando los besos breves de una despedida cierta; provocando interferencias sobre la canción que escuché mientras recogía los restos de la noche anterior.
Decido volver a la calle para respirar el sol sobre el pavimento. Mientras mis plataformas descienden la escalera, la rubia da el último trazo con tinta blanca sobre Hulk.
Leo la frase y le sonrío. Ella me mira con desaprobación y me da la espalda mientras expulsa su cuerpo hacia la vereda. El mediodía está donde ella lo busca.
Yo quedo del lado de adentro y veo un mundo fragmentado en mil pedazos. Pienso en que ella quiso vengarse de todos los que vivimos en el edificio. Su resentimiento tiene letras blancas y deformes.
Mis vecinos no saben que la rubia es feliz sobre este mármol escalonado. Ella escribió justo sobre la amenaza de la tristeza que se viene. Cuando se cierre la reja, deberá dejar los recuerdos adentro. La llave la tienen los otros y ella lo sabe.
El celular suena de nuevo. Decido no contestar. Mi cuerpo ya no puede enamorarse de él; entonces lo acomodo en uno de los escalones y dejo las piernas estiradas en caída libre hacia la salida.
Me gustaría contarle a la rubia que cosas como esas se oxidan. Y que así es la vida.
Pero ella me odia ahora. Tal vez más adelante. Tal vez en primavera.
Mis rodillas lastimadas asoman debajo de la pollera, mostrándome la consecuencia de mis caídas. Reconsidero la posibilidad de exhibirlas mientras fijo la mirada sobre Hulk y leo de a una letra por vez con la furia necesaria: “putos de mierda”.
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lunes, 16 de marzo de 2009

F A B U L O S O

en 13:12 1 comentarios

Es sábado y los titulares de los diarios alertan sobre el cambio de horario. Una vez que den las 12 habrá que atrasar los relojes; y entonces el sábado seguirá siendo sábado por una hora más.
Llevo zapatillas mientras los edificios amarillos comienzan a virar hacia un gris metalizado. El alerta meteorológico está sobre mi cabeza, como agazapado, a punto de caerme encima. Tomo la decisión de no darle importancia.
El calor es intenso y da directamente en las heladerías. El plástico blanco de cuatro patas circunda la avenida; es el territorio indicado para una batalla implícita entre las lenguas y la crema derretida.
Cruzo por las sendas que me afirman como peatón en la ciudad y voy acercándome a la idea de que mi amiga me abrirá la puerta de su casa una vez que toque el timbre.
Sucede exactamente así.
Tiene una sonrisa maciza y simétrica (como si la hubiera fabricado mucho antes de salir a la calle) y necesita anteojos para verme. Me dice que tenemos que irnos ya mismo, que estamos bien de tiempo para llegar al recital.
Yo poseo una alegría contenida. No la dejo salir del todo por la boca. La mantengo cerca de los pies para que mute en una especie de biocombustible que nos lleve lejos.
La noche oscurece nuestra ropa y entonces una multitud comparte la misma expectativa; espera que aparezcan los músicos entre el hierro y la tela. Los ojos en par columpian entre las pantallas gigantes que exhiben un cartel que anticipa el ansiado aterrizaje de un hombre con guantes y bastón.
Vicentico canta una canción que habla del amor y sobre las veces que le toca perder. En el estribillo afina la imagen de los envases sin contenido.
Los tímpanos poseen una rara conexión con la rodillas, obligándolas a flexionarse una y otra vez, rebotando en la llanura con un ritmo preciso. Siento el vértigo en las partículas de segundos en los que permanezco en el aire. Me enamoro de la noche y suelto el pasado mientras escucho morir la poesía en los últimos acordes.
No hay tiempo para hacer el duelo, otra melodía hace metástasis en las gargantas. Y el mundo toma la forma de un resorte, una vez más.
Pienso en cada uno de los que estamos ahí: en mi amiga; en el hombre con remera roja; en la chica sobre los hombros de alguien que decidió soportar su peso para hacerla feliz; en el que canta a mi lado como si la afonía de mañana no le preocupara; en mi soledad, que a esta alturas es elegida.
La felicidad se hace palpable frente a los reflectores que cuelgan como estrellas sobre el escenario; la iluminan de manera violenta sobre nuestros gestos y no pueden con ella.
La lluvia trae la última canción y nos empuja hacia la calle. Me suelto el pelo para sentir la consecuencia del temporal en los hombros.
Entre los autos estacionados, una mujer sin paraguas levanta los brazos y se pone a bailar.
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domingo, 8 de marzo de 2009

Y entonces ve un corpiño rojo colgando del respaldo de una silla

en 14:24 0 comentarios

Sábado al mediodía: almuerzo de amigas. Ahora le dicen brunch a eso de comer desde temprano y levantarte y servirte-levantarte y servirte. Todo sano eh? Y rico. Ir a comer a un lugar donde hacen cosas con harinas integrales (no sabés qué tienen pero seguro que te va a hacer bien) es algo que te deja tranquila.
Una de las tres fue con el hijo. Pero es un hijo al que le importa un pito nuestra presencia y juega solo. Nada más nos pide que le hagamos un avión de papel. Pero lo hace una sola vez. Los dos aviones que hicimos fracasaron en su primer vuelo y él se dio cuenta rápido que no podía contar con nosotras en temas de diversión.
Liliana habla de la separación de un conocido por las tres. Él terminó demorado en una comisaría por una denuncia de ella. Conclusión: el tipo es un pelotudo y ella está loca. Verónica entonces cuenta otra historia de separación de una pareja que conoce ella sola. Nueva conclusión: él es un inmaduro y ella se fue al carajo cuando llamó a su ex suegro para decirle que pague el alquiler del departamento en el que ella va a vivir hasta que se venza el contrato; porque él es el garante.
Vero dice: ¿Y el ex suegro qué tiene que ver?
Y yo le digo: ¿Por qué te crees que la mafia mata primero a un familiar cercano?
Entonces no la juzgamos. Y pensamos que nosotras tres no haríamos eso. Que somos responsables de las relaciones que elegimos, etc. etc. etc. (todos etcéteras interesantísimos). Pero como dice el saber popular “hay que estar ahí”.
Y entonces Vero se despacha con una historia de infidelidad en la que ella estuvo. En un contexto de un franco declive de la relación, su novio de entonces quedó en llamarla el viernes y no lo hizo (los viernes de hace cinco años no muy eran distintos a los viernes de ahora).
Ella lo llama y le da el contestador. Se preocupa y decide ir a la casa. Desde afuera pudo ver las luces prendidas y todos los indicios de que había gente ahí. Logra ingresar al edificio y mira por el ojo de la cerradura. Y entonces ve un corpiño rojo colgando del respaldo de una silla.
Vero grita, golpea la puerta, putea, le dice: “abrimeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee que sé que estas ahí”
Hace un escándalo de grandes proporciones. Él le abre la puerta y le dice que está solo. Ella insiste en buscar a la dueña del corpiño. La encuentra en el baño y ambas se ponen de acuerdo rápidamente para culparlo a él.
Mientras lo cuenta se ríe. Dice que ella hizo eso desde un lugar de mierda, que incluso ya estaba saliendo con otro. Que fue perversa. Fue como arruinar la última escena de una película aburrida con un final trillado. Como poner a la protagonista en el aeropuerto a punto de embarcar y a él corriendo a encontrarla y con tiempo suficiente para hacerle una verdadera confesión de amor. Y luego los dos se besan. Y toda la gente que está en el aeropuerto aplaude; incluso los que hacen trámites a último momento y están re contra apurados. Y también aplauden sonrientes los oficiales de policía, sin descuidar sus armas. Y uno se pregunta ¿por qué hacen eso?
Bueno, lo de mi amiga fue más o menos así.
Entonces hablamos de lo importante que es ser sinceros con el otro y con uno mismo.
De entender que en esta historia uno va a perder tarde o temprano. Pero puede elegir la forma. Puede incluso elegir el momento. No hay por qué seguir jugando si no es interesante, si no te hace feliz.
Eso piensa Camilo, el hijo de mi amiga, que vuelve de algún lugar con los aviones convertidos en pelota de tenis. Le dice: “vámosno de acá, no da para más esto”.
Las tres nos reímos. Yo pienso que así es la vida; uno sabe bien cuándo las cosas no dan más.
Generalmente hay un momento, pongámosle a eso de las 7 de la tarde, cuando llegás a tu casa y abrís la ventana porque te parece que no podés respirar. Y la espalda se curva hacia adelante y sentís la contractura de tus preocupaciones. Tenés una foto en la cabeza, algo que te da el indicio de que es la última escena. Y pensás en la autopsia y los métodos que vas a usar para llevarla a cabo.
Te da miedo. Decís: “otra vez tengo miedo”. Hacés una mueca de resignación ante las evidencias. El smog se filtra en el suspiro y entonces sabés a qué se debe la pausa. Uno demora el momento por una sola razón: no es el cuerpo del otro el que hay que abrir. El estudio forense es en el propio. Tenés que reconocer las heridas, abrirlas y mostrarlas.
Decirle: mirá acá es donde duele.
Y después cerrás la ventana. No disponés de información suficiente sobre los solsticios ni de cuando va a empezar a bajar la temperatura.
Eso deja de tener importancia cuando escuchas a tu vecina salir de su departamento.
Ella llama al ascensor sin dudar un segundo de que va a obedecerla y que la va a llevar a donde ella le indique con el dedo índice.
Y eso es lo que finalmente ocurre.
Ves? Las cosas no son tan complicadas.






* Nota de la autora: la foto NO es ilustrativa. Sólo tenia ganas de ponerla.

De izquierda a derecha: yo, Natalia, Milena, Andrea y Walter. Grandes amigas/os y compañeras/os de laburo.
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domingo, 1 de marzo de 2009

PENELOPE

en 13:05 3 comentarios
Leo en una entrevista a la actriz española algo que me moviliza las pupilas y provoca la reacción de mis dedos buscando una lapicera. Penélope Cruz dice: “Yo tomo la vida como viene, de a un día por vez”.
Ella tiene 34 años y acaba de ganar un Oscar. Es la primer española premiada en Hollywood y da la sensación de que estaba predestinada a ello; como si ese premio fuera algo que le vino con la vida, como una mancha de nacimiento o algo así. Y entonces ella tomó el desnudo dorado y dio un discurso de agradecimiento que ya había redactado antes; también, como si la vida la hubiera preparado un día para escribir discursos por las dudas.
Penélope no me termina de caer bien. No sé por qué. Tal vez sea envidia. La verdad es que no lo sé.
El viernes salí temprano del trabajo y tomé la avenida Córdoba con mis compañeras de piso. Nuestro uniforme es decente y goza de buenos colores. Una camisa lila, pantalón o pollera de un azul sobrio con unas líneas suaves más claras. Los zapatos los ponemos nosotras.
Es pintoresco ver mujeres regresar del trabajo vestidas iguales. Es como el cochecito doble con los mellizos, o los hombres elegantes con credenciales colgadas. A mi suele gustarme ver algo de eso. La vida no viene así, generalmente.
Caminábamos por la vereda impar comentando una película de Woody Allen que me había gustado mucho: “La vida y todo lo demás”. Ahí no actuaba Penélope. No había lugar para ella.
Y entonces alguien me llama con una sonrisa y alcanzo a reaccionar con sorpresa. Él había cruzado la calle para saludarme y yo no había reparado en ello hasta que puso uno de sus zapatos en el cordón de la vereda.“Te venía viendo de lejos”, dijo. Nos dimos un beso y empezamos a hablar. Las mujeres de lila continuaron el camino comprendiendo la situación. Suponiendo que dejándome sola ahí cambiaría mi vida. Que lo que me estaba pasando era algo bueno para mi futuro. Que si él cruzó la calle es porque me quiere.
Fui amable y graciosa. Suelo ser así.
Le conté varias emociones vividas en la semana y él hizo lo mismo. Pero no había nada entre nosotros. Yo busqué entre su camisa a cuadros y mi uniforme algo que nos uniera. Pero no encontré nada. Evitamos hablar en plural. No nos detuvimos en la hora y el día en que dejamos de llamarnos. Y pensé que eso era parte del cuento.
A eso de las 7 de la tarde no había más que decir, entonces nos miramos con ternura (es desgarrador cuando aparece sola, cuando no hay más que eso) y nos abrazamos.
El dijo “nos vemos", y esta vez no respondí. Porque eso es lo que no pasó. Él no pudo o no quiso vernos. Yo sí. Yo nos vi juntos; invencibles. Y lo cierto es que hacía años que yo no veía algo parecido. La soledad me vino de regalo en la secundaria y los sábados era interrumpida por un paseo hacia la heladería o la ilusión de conmoverme con una noticia que me diera la oportunidad de pegar el salto o ser famosa por algo que nunca supe hacer, ni hice.
Desde ese entonces seguí la recta hasta que caí en picada. Con el tiempo supe que la cosa no pasaba por subir y retomar el camino. Comencé a andar, a tomar decisiones como elegir una lámpara colgante con personalidad pero barata, pintar de rojo una pared, comprar un sillón negro, buscar el cuadro de Marilyn que no está en el catálogo de este año, y esas cosas.
Él me propuso algo que no tenía que ver con mis deseos. Me hizo una oferta y yo decidí no aceptarla. Porque a mi no me viene la vida como a Penélope. Ni como a la Srta. Cruz y mucho menos como a la de la canción de Serrat.
Y eso es porque yo no quiero tomar las cosas tal como se me presentan. Para eso está la muerte o los accidentes. Los velorios dejaron de ponerme nerviosa cuando comprendí que eran el escenario para no aceptar que no hay más allá de eso. Que si ponemos el cuerpo en un cajón y le pegamos los ojos y la boca va a parecer que duerme y que su alma se eleva. Pero podríamos quedarnos a esperar un poco más y sentiríamos el olor. Y eso es lo que no soportamos de ella: la consecuencia natural.
Pero para mí la vida está para otra cosa. Y es eso lo que intento hacer. Él no puede verme si no es en la calle, con negocios de ropa rodeándome y de uniforme.
Yo pienso que es una lástima. Y entonces me alejo en la dirección contraria. No puedo evitar culparlo por lo que no fue. Cuando decidimos algo, arrastramos a otros, nos guste o no.
Llego a casa y recuerdo algo que me dijo en el ala derecha, cerca de la biblioteca. Pienso en lo que vociferamos y en lo que hicimos después. No puedo calcular claramente los kilómetros de distancia.
Cruzar la calle es lo único que él está dispuesto a hacer por mí. Así están las cosas.
Me río y tomo agua directamente de la botella de plástico. Trago los dos litros sin respirar, concentrándome en su capacidad desintoxicante.
Esa es la manera que tengo de sacármelo de encima.
Algo de él se diluye con el agua.
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viernes, 27 de febrero de 2009

El mejor amigo de la milanesa

en 0:22 4 comentarios
El fin de semana pasado fui en busca de la gente que creció conmigo. El cumpleaños de Simón (uno de mis sobrinos) fue el motivo para recorrer los 140 kilómetros, llegar a San Pedro y encontrar las cosas en su exacto lugar. Justo donde las había dejado en navidad. No hice juicio de valor sobre ello.
En el cumpleaños me encontré con Pablo, un ex compañero de primaria. Un tipo, que a todas luces, podría ser el candidato ideal para cualquier mujer: es huérfano.
Pablo recuerda siempre que yo lo maltrataba en la escuela. Y lo hacía mientras formábamos la fila para entrar al salón. A mi se me daba tomarlo del brazo y flamearlo como a una bandera mientras le decía: “Pablo Pablo Pablo“.
Yo recuerdo eso y aún no sé por qué lo hacía. Me avergüenza un poco.
Una vez terminada la primaria, tomamos caminos diferentes. Pero por esas cosas de la vida él se hizo muy amigo de mi hermano mayor y entonces lo pude ver en situaciones muy traumáticas y dolorosas de nuestra familia. No hubo muchas, pero él acostumbraba a llorar por nosotros.
Mientras robaba caramelos masticables de una canasta (tengo debilidad por los palitos de la selva) Pablo empieza a contarme su negocio de pan rallado.
Trovati, su tio, se lo ralla.
Junior, su asistente, lo mezcla.
Antes lo hacía Trovati, pero los clientes se quejaban. Eso empezó a preocuparlo; pero no pasó mucho tiempo hasta que una tarde, mientras regresaba de la escuela rural donde enseña economía, el sol dio de lleno en la cabeza de Junior, que volvía a la ciudad con él. Y entonces Pablo interpretó eso como un mensaje divino. Ahí nomás le dijo: “Junior, vos tenés un gran futuro, me vas a mezclar el pan rallado“. Y no se equivocó. Junior mezcla el pan rallado de una manera asombrosa; siempre parejo, uniforme. Y los clientes ya no se quejan.
Pablo vende una tonelada de pan por mes. Dice que su pan es el mejor amigo de la milanesa. Que dura más de 8 meses si lo guardás con la bolsa bien cerrada. Que eso se lo dijo el viejo Alvarez, que es químico.
No vende solamente en las panaderías, también lo vende a las fábricas de pastas, que lo usan como relleno junto con la ricota; y a las carnicerías, donde rellenan los chorizos.
Él se encarga del reparto. Le gusta mucho, dice. Antes de emprender la recorrida, ingresa a una web donde actualizan los números de la quiniela. Es un servicio adicional que presta a sus clientes. Todos son timberos hasta la muerte, asegura. Incluso él se permite aconsejarle algunos números.
Escucharlo a Pablo es mágico, además de divertido. Su negocio de pan rallado lo entusiasma y piensa en extenderse más allá de Santa Lucía (un pueblo muy cerca de San pedro). Piensa que para fin de año llegará 2 kilómetros más hacia el Este.
Nos reímos. Decimos que pronto la bolsa de pan rallado cotizará en Wall Street.
Nos volvemos a reir.
Yo le pregunto: ¿Pero a donde pensás llegar con este negoción?
Y él, rápidamente, como un reflejo, casi pisándome la n, me dice:
- A fin de mes.
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