lunes, 16 de marzo de 2009

F A B U L O S O

en 13:12

Es sábado y los titulares de los diarios alertan sobre el cambio de horario. Una vez que den las 12 habrá que atrasar los relojes; y entonces el sábado seguirá siendo sábado por una hora más.
Llevo zapatillas mientras los edificios amarillos comienzan a virar hacia un gris metalizado. El alerta meteorológico está sobre mi cabeza, como agazapado, a punto de caerme encima. Tomo la decisión de no darle importancia.
El calor es intenso y da directamente en las heladerías. El plástico blanco de cuatro patas circunda la avenida; es el territorio indicado para una batalla implícita entre las lenguas y la crema derretida.
Cruzo por las sendas que me afirman como peatón en la ciudad y voy acercándome a la idea de que mi amiga me abrirá la puerta de su casa una vez que toque el timbre.
Sucede exactamente así.
Tiene una sonrisa maciza y simétrica (como si la hubiera fabricado mucho antes de salir a la calle) y necesita anteojos para verme. Me dice que tenemos que irnos ya mismo, que estamos bien de tiempo para llegar al recital.
Yo poseo una alegría contenida. No la dejo salir del todo por la boca. La mantengo cerca de los pies para que mute en una especie de biocombustible que nos lleve lejos.
La noche oscurece nuestra ropa y entonces una multitud comparte la misma expectativa; espera que aparezcan los músicos entre el hierro y la tela. Los ojos en par columpian entre las pantallas gigantes que exhiben un cartel que anticipa el ansiado aterrizaje de un hombre con guantes y bastón.
Vicentico canta una canción que habla del amor y sobre las veces que le toca perder. En el estribillo afina la imagen de los envases sin contenido.
Los tímpanos poseen una rara conexión con la rodillas, obligándolas a flexionarse una y otra vez, rebotando en la llanura con un ritmo preciso. Siento el vértigo en las partículas de segundos en los que permanezco en el aire. Me enamoro de la noche y suelto el pasado mientras escucho morir la poesía en los últimos acordes.
No hay tiempo para hacer el duelo, otra melodía hace metástasis en las gargantas. Y el mundo toma la forma de un resorte, una vez más.
Pienso en cada uno de los que estamos ahí: en mi amiga; en el hombre con remera roja; en la chica sobre los hombros de alguien que decidió soportar su peso para hacerla feliz; en el que canta a mi lado como si la afonía de mañana no le preocupara; en mi soledad, que a esta alturas es elegida.
La felicidad se hace palpable frente a los reflectores que cuelgan como estrellas sobre el escenario; la iluminan de manera violenta sobre nuestros gestos y no pueden con ella.
La lluvia trae la última canción y nos empuja hacia la calle. Me suelto el pelo para sentir la consecuencia del temporal en los hombros.
Entre los autos estacionados, una mujer sin paraguas levanta los brazos y se pone a bailar.

1 comentarios;

David on 18 de marzo de 2009, 0:54 dijo...

Hola, pasaba por acá de casualidad y me quedé a leer. Me hiciste reir solo mientras leí la justificación del amor a Tenembaum.

Y en cuanto a los post, bueno, leí este último nomás y me gusta cómo escribís, así que seguiré leyéndote.

 

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