domingo, 8 de marzo de 2009

Y entonces ve un corpiño rojo colgando del respaldo de una silla

en 14:24

Sábado al mediodía: almuerzo de amigas. Ahora le dicen brunch a eso de comer desde temprano y levantarte y servirte-levantarte y servirte. Todo sano eh? Y rico. Ir a comer a un lugar donde hacen cosas con harinas integrales (no sabés qué tienen pero seguro que te va a hacer bien) es algo que te deja tranquila.
Una de las tres fue con el hijo. Pero es un hijo al que le importa un pito nuestra presencia y juega solo. Nada más nos pide que le hagamos un avión de papel. Pero lo hace una sola vez. Los dos aviones que hicimos fracasaron en su primer vuelo y él se dio cuenta rápido que no podía contar con nosotras en temas de diversión.
Liliana habla de la separación de un conocido por las tres. Él terminó demorado en una comisaría por una denuncia de ella. Conclusión: el tipo es un pelotudo y ella está loca. Verónica entonces cuenta otra historia de separación de una pareja que conoce ella sola. Nueva conclusión: él es un inmaduro y ella se fue al carajo cuando llamó a su ex suegro para decirle que pague el alquiler del departamento en el que ella va a vivir hasta que se venza el contrato; porque él es el garante.
Vero dice: ¿Y el ex suegro qué tiene que ver?
Y yo le digo: ¿Por qué te crees que la mafia mata primero a un familiar cercano?
Entonces no la juzgamos. Y pensamos que nosotras tres no haríamos eso. Que somos responsables de las relaciones que elegimos, etc. etc. etc. (todos etcéteras interesantísimos). Pero como dice el saber popular “hay que estar ahí”.
Y entonces Vero se despacha con una historia de infidelidad en la que ella estuvo. En un contexto de un franco declive de la relación, su novio de entonces quedó en llamarla el viernes y no lo hizo (los viernes de hace cinco años no muy eran distintos a los viernes de ahora).
Ella lo llama y le da el contestador. Se preocupa y decide ir a la casa. Desde afuera pudo ver las luces prendidas y todos los indicios de que había gente ahí. Logra ingresar al edificio y mira por el ojo de la cerradura. Y entonces ve un corpiño rojo colgando del respaldo de una silla.
Vero grita, golpea la puerta, putea, le dice: “abrimeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeee que sé que estas ahí”
Hace un escándalo de grandes proporciones. Él le abre la puerta y le dice que está solo. Ella insiste en buscar a la dueña del corpiño. La encuentra en el baño y ambas se ponen de acuerdo rápidamente para culparlo a él.
Mientras lo cuenta se ríe. Dice que ella hizo eso desde un lugar de mierda, que incluso ya estaba saliendo con otro. Que fue perversa. Fue como arruinar la última escena de una película aburrida con un final trillado. Como poner a la protagonista en el aeropuerto a punto de embarcar y a él corriendo a encontrarla y con tiempo suficiente para hacerle una verdadera confesión de amor. Y luego los dos se besan. Y toda la gente que está en el aeropuerto aplaude; incluso los que hacen trámites a último momento y están re contra apurados. Y también aplauden sonrientes los oficiales de policía, sin descuidar sus armas. Y uno se pregunta ¿por qué hacen eso?
Bueno, lo de mi amiga fue más o menos así.
Entonces hablamos de lo importante que es ser sinceros con el otro y con uno mismo.
De entender que en esta historia uno va a perder tarde o temprano. Pero puede elegir la forma. Puede incluso elegir el momento. No hay por qué seguir jugando si no es interesante, si no te hace feliz.
Eso piensa Camilo, el hijo de mi amiga, que vuelve de algún lugar con los aviones convertidos en pelota de tenis. Le dice: “vámosno de acá, no da para más esto”.
Las tres nos reímos. Yo pienso que así es la vida; uno sabe bien cuándo las cosas no dan más.
Generalmente hay un momento, pongámosle a eso de las 7 de la tarde, cuando llegás a tu casa y abrís la ventana porque te parece que no podés respirar. Y la espalda se curva hacia adelante y sentís la contractura de tus preocupaciones. Tenés una foto en la cabeza, algo que te da el indicio de que es la última escena. Y pensás en la autopsia y los métodos que vas a usar para llevarla a cabo.
Te da miedo. Decís: “otra vez tengo miedo”. Hacés una mueca de resignación ante las evidencias. El smog se filtra en el suspiro y entonces sabés a qué se debe la pausa. Uno demora el momento por una sola razón: no es el cuerpo del otro el que hay que abrir. El estudio forense es en el propio. Tenés que reconocer las heridas, abrirlas y mostrarlas.
Decirle: mirá acá es donde duele.
Y después cerrás la ventana. No disponés de información suficiente sobre los solsticios ni de cuando va a empezar a bajar la temperatura.
Eso deja de tener importancia cuando escuchas a tu vecina salir de su departamento.
Ella llama al ascensor sin dudar un segundo de que va a obedecerla y que la va a llevar a donde ella le indique con el dedo índice.
Y eso es lo que finalmente ocurre.
Ves? Las cosas no son tan complicadas.






* Nota de la autora: la foto NO es ilustrativa. Sólo tenia ganas de ponerla.

De izquierda a derecha: yo, Natalia, Milena, Andrea y Walter. Grandes amigas/os y compañeras/os de laburo.

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