Habíamos caminado media hora hacia una derrota segura. Mi amiga y yo teníamos que jugar un partido de voley contra un rival difícil. Nuestro equipo estaba penúltimo en la tabla. Hasta el momento, ganamos solamente 3 partidos de 30. En 25 de ellos la derrota había sido muy poco digna. En un set perdimos 25-5; y los 5 puntos que estaban en el tablero a nuestro favor habían sido 5 errores del equipo contrario. Creo que ese día fue la primera vez que nos miramos con desconfianza. Evaluamos seriamente si teníamos que seguir jugando. Una de las jugadoras decidió que seguiría por sus hijos, yo seguí para no engordar, mi amiga porque el grupo funciona muy bien en las prácticas, y así nos fuimos quedando.
Durante la media hora de la caminata mi amiga me contó sobre el tipo que conoció. Que besaba bien. Que le dijo que él tenía ganas de conocerla y tener algo “serio” si “pintaba”. Que no sabía qué ponerse para esa misma noche. Que no podía creer que las cosas estuvieran funcionando. Que “pará que me parece que tengo una piedrita en la zapatilla”. Que vos en qué andas, tan linda que sos.
Yo estaba escuchándola con el sol de las 3 de la tarde y me sentía feliz de hacerlo. Me gustaba el entusiasmo que le ponía a las cosas. La manera de inflarlas y que eso no sea un problema.
Le aconsejé seriamente que se ponga zapatos altos, que estilizan. También le di mi opinión de todo lo que me contó. Que la cosa se escuchaba muy bien. Que qué bueno que el tipo se quisiera poner las pilas. Y le dije esa frase que odio tanto, porque es una verdadera mierda, pero te sale, te sale porque vos sabés que es lo que en ese momento se quiere escuchar, porque uno de tanto correr también quiere detenerse y quedarse ahí, no importa cuánto; entonces le dije: “viste?, todo llega”. Ayyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyyy me odié cuando terminé de decir eso. Pero ella sonrió. Me miró y sonrió.
Debatimos si había que hacer de todo la primera noche que te acostás. Si una se entrega a medias o no. Las dos hicimos un gesto como diciendo: este tema es una boludez. Y nos cagamos de risa.
Llegamos a la contienda deportiva. Otra vez perdimos. Pero habíamos batallado y eso hacía que nos sintiéramos muy bien. Algo así como un médico al que se le muere el paciente después de haber hecho todo lo que había que hacer.
Entonces las guerreras se retiraron del campo de batalla, saludando al rival y yéndose a bañar para la cita. Mi amiga estaba exultante. Y yo respiraba eso de ella.
Le deseé suerte mientras me compraba una bolsita de chipás para merendar. Nos despedimos con un beso y entonces me preparé un té en el cuarto piso.
Y pensé otra vez en el amor. En las veces que me enamoré. En lo precaria que soy en esas cuestiones. En lo que deseo. En cómo un hombre y una mujer pueden encontrarse.
Si me preguntaran a mí, si me pondrían encima un signo de interrogación sobre cómo dimensiono yo esas cosas, sobre qué pienso acerca de qué es el amor, tal vez ensayaría algunas afirmaciones, pero no hablaría de coincidir.
Mi amiga decía que él no es homofóbico y que eso le parecía bien, “que no discrimine es importante”.
También le gustó cuando la puso de espaldas contra la pared y le echó la cabeza hacia atrás arrancándole el pelo y mordiéndole el cuello.
Pienso en imágenes cuando hablo de amor. Eso de los cuerpos, encajando. Eso de moverse uno adentro del otro. De bailar con cierto ritmo. De decir cosas que no vas a cumplir. De pensar en verse de nuevo. De gritar en el orgasmo.
Dos personas desnudas en una cama, quedándose dormidos.
Y el domingo, poniéndose en la persiana. Y el diálogo de una película:
Él: es la parte mas feliz del día: cuando te llevo.
Ella: es la parte mas triste del día: cuando me llevas.
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